UNA EPOPEYA HABANERA

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    1762

UNA EPOPEYA HABANERA

Lic.Miguel Angel García Alzugaray

16 de Noviembre del 2018, La Habana, Cuba

© 2018 Miguel Angel García Alzugaray

Autoedición

livadu47@gmail.com

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Esta obra literaria fue registrada en el CENDA (Centro Nacional de Derechos de Autor), La Habana, Cuba con el número : 3859-11-2018, el 28 de noviembre del 2018. .

Ilustración de la cubierta: Bombardeo de la flota británica contra el

Castillo del Morro el 1 de julio de 1762.

Bombardment of the Morro Castle, Havana, 1 July 1762, by HMS Marlborough, HMS Dragon, HMS Cambridge-

Autor: Richard Paton (1717-1791). Óleo sobre tela. G.Bretaña.

Dimensiones: 76.2 cm (30 in); Width: 102.9 cm (40.5 in)

localización: the National Maritime Museum Greenwich, Londres

Esta obra fue tomada de ECURED y esta en Dominio público

Portada interior: Defensa del Castillo del Morro de La Habana. 1763. José Rufo (1726-Madrid, 1775).

óleo sobre lienzo, 166 x 210 cm, Madrid,

Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Licencia: Es una fotografía que reproduce la pintura. Según wikipedia está abierta al dominio público.

Edición electrónica de Miguel Angel García. Noviembre de 2018.

En saludo al 500 Aniversario de la fundación de San Cristóbal de La Habana.

Para mi amada esposa Liudmila Vasilefna Duz y mi querida hija Tatiana Asikainen, por sus constantes apoyos a mi persona, sin lo cual no hubiese podido escribir esta obra.

Ningún hombre es tan tonto como para desear la guerra y no la paz; pues en la paz los hijos llevan a sus padres a la tumba, en la guerra son los padres quienes llevan a los hijos a la tumba.

Heródoto de Halicarnaso (484 AC-425 AC) Historiador y geógrafo griego.

Las armas requieren espíritu como las letras.

Miguel de Cervantes (1547-1616) . Escritor español.

Incluso el pasado puede modificarse; los historiadores no paran de demostrarlo.

Jean Paul Sartre (1905-1980). Filósofo francés.

INDICE

Introducción pag 11

Capítulo I Los Planes Secretos del Almirantazgo pag 17

Capítulo II La Soberbia de los reyes pag 29

Capítulo IIILa Habana en Peligro pag 39

Capítulo IV Una Tarde con los Acosta pag 49

Capítulo V Las Hermanas Beltrán de Santa Cruz pag 59

Capítulo VI Un Bizarro Comandante de Navío pag 71

Capítulo VII Isabel Aurora pag 79

Capítulo VIII Tormenta en el Caribe pag 89

Capítulo IX Las Correrías de Bartolo pag 99

Capítulo X Las Mudanzas del Amor pag 109

Capítulo XI Con las Monjas Clarisas pag 119

Capítulo XII Un Concierto Fabuloso pag 129

Capítulo XIII En Martinica con los Tascher de La Pagerie pag 139

Capítulo XIV El Taita Simón pag 149

Capítulo XV El Batallón de Milicias del Arsenal pag 159

Capítulo XVI La Indagatoria del Auditor de Guerra pag 169

Capítulo XVII La Incredulidad del Gobernador pag 179

Capítulo XVIII Rumbo a La Habana pag 189

Capítulo XIX Los Patakis de Nana Inés pag 197

Capítulo XX La Sorpresa pag 205

Capítulo XXI El Ángel Guardián del Hospital pag 215

Capítulo XXII La Resistencia pag 225

Capítulo XXIII Vencero Morir pag 233

Capítulo XXIV Un Funesto Vaticinio pag 243

Capítulo XXV Los Héroes Mueren de Pie pag 253

Capítulo XXVI Sepultando los Sueños pag 263

Capítulo XXVII UnaPromesa Cumplida pag 273

Capítulo XXVIII La Carta de las Habaneras pag 283

Capítulo XXIX La Habana por la Florida pag 293

Capítulo XXX La Despedida del General Eliot pag 301

Epílogo pag 313

Cronología pag 323

INTRODUCCIÓN

La captura de la capital cubana por los británicos, en el verano de 1762, fue uno de los episodios más importantes de la llamada Guerra de los Siete Años (1756-1763), que se venía desarrollando en el teatro de operaciones europeo entre dos coaliciones de estados: de una parte Francia, Austria, Rusia, Suecia y Sajonia, a las que España se incorporó en enero de 1762, y de la otra, Prusia e Inglaterra.

La descollante ciudad de la Capitanía General de Cuba siempre fue codiciada por los ingleses, su ubicación era clave para someter militarmente y políticamente a la región caribeña, además de constituir uno de los puertos más importantes de las Antillas.

El suceso a que se refiere esta novela, tuvo lugar en el subteatro caribeño de las operaciones militares, pero repercutió decisivamente en Madrid y París, y puso fin al conflicto armado con la victoria para los ingleses.

La Guerra de los Siete Años fue un conflicto que enfrentó a las grandes potencias europeas entre los años 1756 y 1763. Gran Bretaña y Prusia tenían una alianza defensiva que hizo frente a una coalición entre Francia, Austria y sus aliados. En un principio, el conflicto se produjo debido al deseo de Austria, en concreto el deseo de la reina María Teresa, de conseguir controlar Silesia y al enfrentamiento entre Francia y Gran Bretaña en relación a la constitución de un imperio colonial en la India y en América.

Las hostilidades estallaron en 1757, pero se trató de dos guerras simultáneas. Por un lado, Francia e Inglaterra lucharon en el mar, en las colonias y en el oeste de Alemania. Por otro, Prusia se enfrentó a Austria y a la coalición de aliados en el este de Alemania.

En Alemania, los austríacos y los franceses, a los que se unieron los príncipes alemanes, Rusia y Suecia en 1757, lograron, en un principio, ciertos éxitos, pero Federico II cambió la balanza con una serie de victorias. La primera se produjo en Rossbach, seguida de la batalla de Leuthen. Los franceses optaron por centrarse en la guerra del oeste, por lo que la única preocupación de Prusia era Rusia, a la que derrotó en Zorndorf en 1758.

No obstante, los rusos y los austríacos se unieron en la batalla de Kunersdorf en 1759, derrotaron a las tropas prusianas y ocuparon Berlín. Federico II se salvó del desastre por la ascensión al trono del emperador Pedro III de Rusia en 1762, quien firmó la paz por separado con Prusia. Además, el monarca alemán recuperó Pomerania tras suscribir el fin de la guerra con Suecia.

Por último, la victoria de Burkersdorf en 1762 le permitió recuperar Silesia.

En el mar y en las colonias, la victoria británica fue total: tomaron Quebec tras la batalla de las llanuras de Abraham en 1760 y consiguieron la capitulación de Pondichéry en 1761.

Ante ello, Francia logró la alianza de España en 1761 mediante el Tercer Pacto de Familia.

El monarca hispano, Carlos III, movido por ambiciones y resentimientos personales y por reivindicaciones nacionales, con respecto a la ocupación británica de Gibraltar y la costa de Honduras, aportó el motivo de que Gran Bretaña le declarase la guerra al imperio español, al firmar con Francia, el 26 de agosto de 1761, el Pacto de Familia, que era, de hecho, una provocación contra Inglaterra y le sirvió en bandeja de plata el casus belli para imponérsela a España.

Pero las verdaderas causas de la Toma de La Habana por los ingleses, además de buscar la preponderancia marítima, radicaban en la aguda lucha por el control del comercio en las Antillas y por el monopolio de la trata de esclavos, ambos en manos británicas.

En esa época la producción azucarera antillana superaba las 150 000 toneladas anuales y Jamaica se había convertido en el centro del mercado continental de esclavos -cuyo tráfico ascendía a un promedio de 80 000 por año- y en almacén de las mercaderías británicas que inundaban los puertos españoles.

Unavez que la región habanera estuviese en su poder, tenían bajo su manto el centro del comercio y de la navegación de las Indias españolas, parando en seco el poder español en la región, lo que le permitía interceptar todo el envío de materiales y refuerzos que fuesen enviados desde la Península Ibérica hacia las colonias caribeñas y americanas por lo que las fuerzas hispanas tendrían que sentarse en la mesa de negociaciones para firmar la paz sino estarían en peligro de perder sus posiciones en la región.

Cuando se inició la guerra con España comenzaron los planes de la Gran Bretaña para la realización de un ataque anfibio sobre La Habana. La fuerza expedicionaria estaría al mando de George Keppel, 3er Conde de Albermale, junto con el Almirante Sir George Pocock en calidad de Comandante Naval. A este plan iba incorporado Jeffrey Amherst con 4000 hombres de las colonias inglesas de la América del Norte y el reclutamiento de otros 8000 hombres para el ataque a las Luisianas.

Durante el mes de febrero las tropas británicas que embarcaron consistían en los siguientes regimientos de infantería: 22,34, 56 y el 72 de Richmond.

El día 5 de marzo la expedición británica zarpó del puerto de Spithead, Inglaterra. Siete Navíos de Línea y 4365 hombres a bordo de 64 transportadores que arribaron a Barbados el 20 de abril. Cinco días más tarde llegaron a Fort Royal en la recientemente conquistada isla de Martinica en donde recogieron los remanentes de la expedición del Mayor General Robert Monckton, de los que aun quedaban con capacidad combativa 8461 hombres. Se incorporaron también a la expedición las fuerzas del Contra Almirante George Rodney con 8 Navíos de Línea, para hacer un total de 15.

El día 23 de mayo la expedición se encontraba al noroeste de la isla La Española donde se le incorporaron seis navíos procedentes de Port Royal, Jamaica, al mando de Sir James Douglas. Para ese momento la fuerza al mando de Albermale estaba compuesta por 21 Navíos de Línea, 24 buques de diferentes denominaciones y 168 transportes con 14 mil hombres, entre marineros e infantería de marina más 3 mil marineros contratados y 12826 soldados regulares.

Es un hecho reconocido que la presencia de la escuadra inglesa frente a La Habana el 6 de junio de 1762 sorprendió a las autoridades españolas, a pesar de que en el puerto había anclados catorce buques de guerra que representaban la quinta parte de las fuerzas navales de España. Al acercarse la poderosa escuadra inglesa, el gobernador de la Isla, Prado Portocarrero, adoptó medidas para tratar de defender la desguarnecida, por su temeraria negligencia, elevación de La Cabaña, enviar tropas a Cojímar y poner en pie de guerra a todos los pobladores. Para impedir que penetraran buques enemigos fue cerrada la entrada del puerto con cadenas y hundidas tres embarcaciones lo que constituyó sin duda otro craso error.

En el momento de la llegada de los británicos la tropa regular de todas las armas que guarnecía a la plaza, contando a todos los marinos y la infantería de la escuadra naval, estaba compuesta por unos 2.800 soldados, y poco más de 5.000 hombres de las compañías de milicias y paisanos voluntarios. Sin armas se emplearon en los trabajos de fortificación 250 individuos perteneciente al mantenimiento del y los buques, además de 600 negros esclavos facilitados por sus dueños

En realidad ,a pesar de todos los errores tácticos y estratégicos cometidos durante las acciones combativas por el Capitán General y otros altos mandos españoles, la defensa de San Cristóbal de La Habana por sus habitantes contra fuerzas muy superiores en hombres, medios y preparación, puede considerarse una heróica epopeya.

Así, al enterarse varios oficiales hispanos y políticos criollos de la región que las fuerzas inglesas habían desembarcado por la playas cercanas a sus comarcas comienzan a preparar partidas de milicianos para enfrentar al invasor. Muestra de ello fue la actitud del Coronel Don Luis José de Aguiar quien se niega a abandonar la posición defensiva que poseía en la Chorrera, a pesar de que sus compatriotas y oficiales decidieron retirarse ante el avance de las fuerzas enemigas, y reemplaza los cañones y se atrinchera para resistir el embate británico con 500 milicianos y 150 esclavos a su mando hasta que la superioridad del atacante les obligó a abandonar las trincheras. Otro de los milicianos que se hizo famoso por su valentía frente a la ocupación británica fue José Antonio Gómez de Bullones, más conocido como Pepe Antonio, quien el 7 de junio, un día después del desembarco enemigo, organizó una partida de 70 hombres, para enfrentar a los invasores. El enfrentamiento se convirtió en la primera carga al machete realizada en tierras cubanas, un siglo antes de que esta acción se hiciese famosa en las manos de Máximo Gómez y Antonio Maceo durante la Guerra de Independencia . Desde ese día y entre el 13 de junio sostuvo varios combates contra los invasores, a quienes tomó más de medio centenar de prisioneros. El día 18, atacó un campamento enemigo y le ocasionó varios muertos; el 23, a una patrulla provocando numerosas bajas. Según algunos investigadores, en mes y medio de lucha ocasionó más de 300 bajas a los ingleses y les tomó más de 200 prisioneros, siendo destituido por el inepto y envidioso coronel español Francisco Caro.

Este héroe de la resistencia simboliza las diferencias que ya se hacían evidentes entre los españoles y los criollos insulares, quienes poco a poco se transformaban en cubanos. Es paradigma del pueblo de la Isla contra cualquier invasor.

En julio los invasores ingleses dedicaron la mayoría de sus esfuerzos a tomar el majestuoso y bien protegido Castillo de los Tres Reyes del Morro al frente del cual había sido designado el valiente Capitán de Navío Luis Vicente de Velasco .

Velasco sabía que el castillo estaba sentenciado por lo que comunicó a la Junta la situación y solicitó órdenes. La Junta de Defensa, en su línea e incapaz de tomar ninguna decisión, le contest´ó que actuara como creyese oportuno. Para un hombre como Velasco, con un sentido del deber y pundonor tan marcado esto prácticamente era una incitación a que llevase a cabo una lucha hasta la última gota de sangre.

El día 29 de julio desembarcaron en la Chorrera tropas de refuerzos enviadas desde Nueva York al mando del General Burton. Entre los refuerzos recién llegados figuraba el joven capitán George Washington.

El día 30 de julio de 1762 el general Sir George Keppel dió la orden de atacar el Morro con todas las fuerzas posibles. El orden de ataque será los destacamentos de zapadores delante tras ellos cuatro compañías de soldados, el general Keppel al mando de una brigada detrás, y al final el resto de las brigadas.

A las dos de la tarde, la hora de más calor, explotan las minas y las tropas parten al asalto. Velasco, quien se había retirado a descansar por unos minutos, sintió como el suelo temblaba tras las explosiones. Rápidamente se le ordena a la guarnición presente en el Castillo que se preparen para enfrentar el ataque enemigo. Los soldados tomaron las armas y se ubicaron en las murallas de la fortaleza militar para, a fuego limpio, impedir el avance de los granaderos ingleses. Por su parte los granaderos ingleses estaban protegidos por los blindajes que se movían delante de ellos, lo que les posibilitó refugiarse de las balas españolas y abrir una brecha en un punto de la muralla donde no había foso y se formaba una unión con la tierra y las peñas, lo que les facilitó a los ingleses escalar a la sombra de una cortina de humo y de polvo, sin ser vistos por los centinelas, y volaron con un parapeto ese punto de la muralla.

Se inició entonces un combate cuerpo a cuerpo por el castillo de una ferocidad inaudita. Don Luis Vicente de Velasco reunió entorno a sí una fuerza de cien hombres en los parapetos que están alrededor de la bandera y animó la defensa hasta que una bala le atraviesa el pecho. El mando de la fortaleza pasa al otro gran héroe de la jornada, don Vicente González-Valor de Bassecourt, quien no permitió que se le fuera robado su estandarte y murió con el cuerpo atravesado por las bayonetas enemigas mientras abrazaba la enseña nacional española. Ante la falta de líderes y tras tantos días de sufrimiento, combate y penurias, los supervivientes decidieron rendir la fortaleza.

Los defensores del castillo resistieron 44 días de continuos ataques antes de caer en manos del enemigo. Los ingleses lanzaron durante estos días más de 20.000 proyectiles gruesos, bombas, granadas y balas de cañón. Mientras que el costo de vidas humanas fue de más de 1.000 por los ibéricos y más de 3.000 por los británicos.

En un gesto de respeto hacia el valiente Capitán de Navío Luis Vicente de Velasco, los ingleses le permitieron a los españoles retirar el cuerpo moribundo del bravo soldado hacia el campamento español para intentar salvarle la vida. Todo fue en vano, la herida había sido mortal y falleció el día 31. Ingleses y españoles pactaron un alto el fuego de 24 horas para enterrar al héroe.

Tanto valoraron los ingleses a Luis de Velasco que le erigieron un monumento en la mismísima abadía de Westminster.

A pesar de las medidas de las autoridades coloniales habaneras no pudieron evitar la ocupación inglesa, la cual duró unos 11 meses. La toma de La Habana, cuya capitulación ocurrió el 12 de agosto de ese año, ocasionó numerosas víctimas, además de enormes pérdidas materiales y monetarias, una parte de cuyo botín pasó a manos inglesas.

Está claro que la toma de la ciudad por los adversarios no fue de ningún agrado para la población, y así lo demuestra la valiente defensa que de ella hicieron. Se calcula que sobre la urbe y sus defensas cayeron hasta 3.070 bombas y granadas.

Una vez instaurado el gobierno inglés en La Habana el descontento popular se demostró de muchas maneras. Con la presencia inglesa la vida del habanero de a pie no mejoró. Los testimonios documentados demuestran todo lo contrario, pues hasta les obligaron a pagar impuestos, o donativos como los llamó el conde Albemarle, de 500 mil pesos. Por su parte los ocupantes se instalaron en las casas abandonadas por las familias criollas que huían del conflicto, mientras que otros soldados obligaron a las familias que se quedaron en la ciudad a abandonar sus casas o compartirla con las tropas, lo que provocó las quejas del cabildo a Albemarle, pues su comportamiento molestaba a las damas habaneras.

También tomaron los hospitales e iglesias y según los cronistas, los religiosos temían más a los ingleses no por su nacionalidad sino por su condición de herejes, como se les llamaba, antes que enemigos de España. En este sentido sobre las acciones de los ingleses los historiadores nos dicen:

Hubo vandalismo y profanación de templos, (...) hubo hasta cortesía entre los soldados y la población, llenos de un sentimiento patriótico se apreciaba un desconcertado abuso de los licores vendiéndoselos a las tropas y dándoles plátanos y piñón de botija en el licor para causarles enfermedades y aún la muerte.

Al final Francia y España fueron derrotados con la toma británica de Florida, La Habana y Manila en 1762, aunque los españoles conquistaron Sacramento.

La paz total llegó cuando el tratado de Hubertsburg se firmó el 15 de febrero de 1763. El pacto mantenía el statu quo en Alemania, confirmando a Prusia como gran potencia. Por otra parte, el tratado de París del 10 de febrero privó a Francia de la mayor parte de su imperio, en especial Canadá y la India, en provecho de los británicos. A su vez, los españoles perdieron los privilegios comerciales de la Florida, pero obtuvieron una parte de La Luisiana.

Aunque la villa volvió a ser española, las cosas nunca serían iguales, desde el 6 de julio de 1763, amanecía una nueva Habana hispánica, con más autonomía que antes y una fuerte emigración ibérica.

Los costosos errores cometidos por el Capitán General Juan del Prado y otros subalternos no serían perdonados por los mandos militares peninsulares y una vez enviados a España por las fuerzas vencedoras, Juan del Prado y varios de los altos oficiales que combatieron en La Habana fueron juzgados por un Consejo de Guerra presidido por el Conde de Aranda, donde este sentenció a los oficiales supervivientes a distintos castigos según errores cometidos y faltas en la batalla, mientras que Del Prado y Gutierre de Hevia fueron privados de sus empleos militares de por vida y enviados al destierro por diez años.

Aunque mucho se ha escrito sobre estos cruciales acontecimientos de la historia cubana, en nuestra opinión, merece la pena abordarlos desde la óptica de una novela, para brindar a las nuevas generaciones, una visión que las impulse a profundizar en el estudio de la materia.

En ocasión de conmemorarse el 16 de noviembre del 2019, el 500 Aniversario de la fundación de La Habana, sirva esta obra de modesto homenaje a tan memorable fecha, así como a todos los que a través de la historia contribuyeron a erigir, engrandecer y defender esta maravillosa ciudad.

Dado que la epopeya que aquí se relata está estrechamente relacionada con otros importantes sucesos acaecidos en esta urbe durante la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX, como son la construcción en el Arsenal habanero del navío de línea Santisima Trinidad, cuya fabulosa historia se narra en ("Crónicas Habaneras sobre el Santísima Trinidad", (La Habana, 14 de noviembre del 2016), y la presencia en ella desde 1780 hasta 1783 del joven venezolano Francisco de Miranda, futuro Precursor de las gestas libertarias latinoamericanas(Francisco de Miranda , Memorias de mi Estancia en Cuba, La Habana, 1 de Septiembre del 2017), el autor de estas narraciones ha considerado conveniente agruparlas en la Trilogía denominada: "Los Épicos Albores de la Cubanidad".

El Autor

CAPÍTULO I

LOS PLANES SECRETOS DEL ALMIRANTAZGO

La veloz berlina tirada por dos briosos corceles se habría paso, no sin cierta dificultad, hacia la zona administrativa de Londres en St. James's Park, cuyas angostas calles estaban cubiertas de una gruesa capa de nieve que no cesaba de caer desde temprano en la mañana. En el interior del coche, que avanzaba con los gruesos cristales de sus ventanillas levantados, George Anson, Barón de Anson de Soberton y Primer Lord del Almirantazgo británico, trataba de sobreponerse a la fuerte jaqueca que lo atormentaba hacía horas, así como a la impertinente tos que a ratos le dificultaba la respiración. En realidad , no sentía mucho frío , pues por el mediodía había salido timidamente el sol entre la gruesa capa de grises nubes que cubrían la ciudad, haciendo que la nieve se mantuviese blanda.

Más que la invernal atmósfera, le molestaba la constante trepidación del vehículo a la que sus viejos huesos se veían sometidos como consecuencia de las irregularidades del empedrado. ¡Hubiese preferido estar a bordo de su lancha reglamentaria en medio de una tormenta!.

Evidentemente, pensó, a sus 64 años, ya no era el recio marino que se había distinguido en el pasado en tantos combates y peligrosas aventuras náuticas.

Aún así, en las altas esferas del gobierno y el Palacio Real, no se tomaba una decisión importante sobre la Royal Navy, y mucho menos, sobre la Guerra que hacía más de 5 años se desarrollaba contra Francia primero, y ahora contra la odiada España, sin consultar la opinión del experto marino .

Producto de ello, a pesar de no encontrarse nada bien de salud, acudía presto ese jueves 3 de diciembre de 1761 al llamado del Secretario de Estado para el Departamento del Norte, John Stuart, conde de Bute que lo había citado para una reunión urgente en su despacho.

De repente, el carruaje dio un salto como si hubiese perdido una de sus ruedas al caer en un enlodado bache, pero el diestro conductor con una hábil maniobra, mantuvo firmes las riendas y los caballos prosiguieron la marcha resoplando.

Después de verificar con el cochero que el incidente no era nada serio, con un movimiento maquinal Anson desabrochó su abrigo militar y extrajo de un bolsillo del chaleco de su uniforme, un precioso reloj astronómico con la caja de oro finamente tallada, regalo del rey Jorge II de Gran Bretaña, para comprobar sastifecho que la tradicional puntualidad inglesa no sería hoy quebrantada.

George Anson, era conocido por haber realizado una circunnavegación del globo y por su papel de supervisión de laarmada real. La circunnavegación la realizó en el barco HMS Centurion e inicialmente era parte de una expedición de la Royal Navy que tenía por misión desorganizar o capturar las posesiones de España en las costas del Pacífico en América del Sur, mientras Gran Bretaña estaba en guerra con España en 1740. La escuadra de seis barcos sufrió terribles bajas por el escorbuto y en el viaje de regreso a través de Oceanía Anson logró capturar el galeón de Manila, lo que le reportó gran fama y riquezas.

Anson fue miembro del Parlamento por Hedon de 1744 a 1747.

En 1747, Anson comandó la flota que derrotó a los franceses dirigidos por el almirante de la Jacques-Pierre de Taffanel de la Jonquière, en la batalla del Cabo Finisterre, capturando cuatro navíos de línea, dos fragatas y siete buques mercantes. En consecuencia, Anson se hizo muy popular, y fue ascendido a vicealmirante y elevado a la nobleza como Barón de Anson de Soberton. Posteriormente continuó su carrera naval con distinción como administrador, ingresando en el Consejo del Almirantazgo en diciembre de 1744, después pasando a ser Primer Lord del Almirantazgo de junio de 1751 a noviembre de 1756, y de nuevo desde junio de 1757.

Entre las reformas que promovió destacan la transferencia de los infantes de marina del Ejército a la autoridad de la Armada, la elaboración de una forma eficaz de jubilación, una media paga que recibían los capitanes y almirantes retirados y presentando una revisión de los artículos de guerra (Articles of War) al Parlamento, entre ellos, el establecimiento del uniforme de los altos oficiales de la Royal Navy con su típica guerrera azul índigo, calzones y medias de color blanco, lo que aumentó la disciplina en toda la armada.

Anson estableció una escuadra permanente en Devenport que pudiera patrullar los accesos occidentales tanto británicos como franceses. Se mostró especialmente preocupado por la posibilidad de una invasión francesa de las islas Británicas, lo que le llevó a mantener una gran fuerza en el canal de la Mancha. En 1756 fue criticado por no enviar suficientes barcos con el almirante George Byng para aliviar el sitio de Menorca porque quería proteger Gran Bretaña de una amenaza de invasión, solo para ver que Byng no lograba salvar Menorca, mientras el intento de invasión no se materializó. Esto le llevó a abandonar brevemente el Almirantazgo, pero regresó al puesto a los pocos meses después de la creación del Second Newcastle Ministry.

Además de garantizar la defensa de la patria, Anson coordinó una serie de ataques británicos en las colonias francesas por todo el mundo. En 1760 los británicos habían capturado a los franceses Canadá, Senegal y Guadalupe, y siguieron con la captura de Belle Ile y Dominica en 1761.

El anuncio del cochero de que estaban llegando a su destino lo sacó de estos recuerdos.

El centro del Gobierno de Gran Bretaña estaba en Downing Street. Por ese entonces, en su número 5 que más tarde se convertiría en el famoso número 10, se encontraba la casa y lugar de trabajo del Primer Ministro, con oficinas para secretarios, asistentes y consejeros. También contenía salas de conferencias y comedores donde el Primer Ministro se reunía con otros líderes y dignatarios extranjeros. El edificio estaba cerca del Palacio de Westminster, que albergaba el Parlamento, y de la llamada Casa de Buckingham que luego sería la residencia del Rey Jorge III .

En sus orígenes el número 5 eran tres casas. En 1732 el rey Jorge II dio estas tres casas a sir Robert Walpole como agradecimiento a los servicios prestados a la nación. Walpole las aceptó pero con la condición de que serían un regalo a la oficina del Primer Lord del Tesoro más que un regalo para él mismo. Walpole contrató a William Kent para unirlas en un mismo edificio. El plan de Kent fue una obra maestra. Unió las casas más grandes construyendo una estructura de dos plantas en una parte del espacio entre ellas, que consistía en una gran sala en la planta baja y muchas salas en la parte de arriba. El espacio sobrante se convirtió en un patio interior. Entonces conectó las casas de Downing Street mediante un pasillo, llamado el pasaje del Tesoro.

Una vez unió las estructuras, Kent las transformó: los artesanos crearon una hermosa triple escalera en la sección principal. Con una balaustrada de hierro forjado adornada con un diseño de desplazamiento y una barandilla de caoba, que se eleva desde la planta del jardín hasta el primer piso. La escalera de Kent era la primera característica arquitectónica que veían los visitantes. Aunque Kent dejó la llamada "casa de atrás" con tres plantas, la remató con un frontón para añadir altura y algo de interés a la estructura. Para permitir a Walpole un acceso más rápido al Parlamento, valló la entrada norte desde St.James's Park, e hizo de la puerta de Downing Street la entrada principal.

Al penetrar en el edificio, los guardias con llamativas casacas rojas que custodiaban la puerta se cuadraron marcialmente presentando armas, mientras un entorchado oficial dejaba oír la orden: ¡Atención! ¡Firmes!. ¡Entra el Primer Lord del Almirantazgo!.

Entregado su abrigo a un edecán, se dispuso a seguir al ceremonioso ujier que le acompañó hasta las oficinas del Secretario de Estado,guiándolo como si él no conociese de memoria estos laberínticos pasillos que había recorrido tantas veces. El era un hombre de acción, no uno de esos aristócratas petimetres que solo saben adular para escalar puestos. Apretó su bastón de almirante y siguió caminando, a la vez que contestaba con cortesía los saludos de los funcionarios que se cruzaban a su paso. Por fin llegaron a un pequeño salón de reuniones que habitualmente se usaba para entrevistas confidenciales, lo que extrañó al curtido marino.

Aguarde unos instantes honorable lord Almirante, enseguida vendrán sus interlocutores. Puede sentarse donde desee, subrayó el ujier solicitando permiso para retirarse, pero Anson prefirió seguir de pie.

Mientras esperaba, inspeccionó con la mirada el austero lugar. El local estaba acondicionado con una sólida mesa redonda de roble bien barnizada, alrededor de la que había cuatro mullidas butacas. Recostadas a las paredes se veían algunas sillas, mientras que en una esquina había una mesita de servicio sobre la que descansaban en una bandeja de plata una licorera y varias copas del preciado metal. El local no tenía ventanas u otras puertas de acceso por lo que daba la sensación de ser una hermética caja fuerte. En una de sus paredes colgaba un retrato al óleo del actual monarca Jorge III. Una sólida lámpara de techo y varios candelabros en las paredes completaban la decoración.

El almirante pensaba darse la vuelta para sentarse en una de las sillas cuando una voz conocida a sus espaldas retumbó en la sala.

¿Qué buenas noticias nos puede dar nuestro buen amigo George Anson?.

Volviéndose, se percató de que enfrente tenía nada menos que al Primer Ministro Thomas Pelham-Holles, I duque de Newcastle-upon-Tyne que le extendía la mano, mientras que lord Charles Wyndham, II Conde de Egremont y John Stuart, Secretarios de Estado para los Departamentos del sur y el Norte respectivamente, se encogían de hombros, dando a entender que este encuentro no era obra de ellos.

En el pasado reciente lord Anson y el Conde de Egremont no habían mantenido las mejores relaciones a causa del desarrollo de la guerra que sostenían con Francia, y en particular, por la posible entrada en la misma de España obligada a la beligerancia por el llamado Pacto de Familia. Sin embargo, ello no limitaba que entre los mismos existiese una admiración mutua por el amor que ambos sentían hacia las ciencias, pues Charles Wyndham, además de ocuparse de Inglaterra meridional, Gales, Irlanda, las colonias americanas y las relaciones con los estados católicos de Europa y el Imperio Otomano, era un destacado botánico. No obstante, Anson sabía que realmente era Stuart quien en las sombras manejaba los hilos estratégicos de estas relaciones.

Honorable Señor Primer Ministro, contestó Anson, me alegro de este feliz encuentro que me permitirá analizar con Usted asuntos relacionados con los abastecimientos de la Royal Navy, pues me imagino que no es un secreto para vos las penurias que sufren las dotaciones de nuestros navíos, que le impiden asegurar una eficiente disposición combativa.

Por supuesto estimado Lord Almirante, estoy al corriente de todas las dificultades que experimentan nuestras fuerzas armadas, pero que le vamos hacer, son muchos años de guerra y por encima de la flota están los intereses vitales del pueblo británico. No obstante, su graciosa majestad Jorge III me ha encomendado encarecidamente llegar a un acuerdo con usted para adoptar un plan estratégico que nos permita poner fin a la contienda, asegurando al hacerlo la mayor gloria para nuestra amada Gran Bretaña. Precisamente por ello, le solicité al Secretario de Estado Stuart que le citara usted para analizar la posibilidad de llevar a cabo tan pronto sea factible, una acción fulminante contra las posesiones de España en ultramar, que contribuya a la ruptura de la nefasta alianza concertada por ese reino en agosto pasado conLuis XV, lo que a su vez redundará de seguro en la firma de la paz por Francia.

Sin embargo, aunque las relaciones con España están muy tensas, aún nuestro Soberano Jorge III no se ha decidido a declarar la guerra a ese país, en espera de que surja una oportunidad propicia, pero no podemos descartar que ello se produzca en los días venideros.

Por lo menos, a través de nuestro embajador en Madrid lord George William Hervey, II Earl de Bristol, mi gabinete ha exigido en los términos más duros a la parte española conocer las cláusulas del Pacto, y si no tenemos satisfacciones pronto,seguro que se romperán oficialmente las hostilidades bélicas. De más está decir que esta situación nos obliga actuar en el mayor secreto , lo que no debe impedir la celeridad de nuestras acciones.

En virtud de ello, desearía conocer señor lord almirante como van los preparativos de una ofensiva de esta naturaleza,y de paso, cuál sería el objetivo principal de la misma.

Ya sabe honorable primer ministro, a finales del año pasado, se suspendió la ofensiva que veníamos preparando en el mar Caribe para apoderarnos de alguna importante plaza o territorio como La Española o Martinica por ejemplo.

¿Cuánto tardaríamos Sir Lord Almirante en poner en marcha esta acción?, preguntó el Secretario de Estado John Stuart .

Considero que no menos de un año.

Eso es un plazo muy dilatado, recalcó el primer ministro Thomas Pelham-Holles . Le repito estimado Sir Anson que la orden de su Majestad es que para mediados del próximo verano tenemos que obtener un triunfo rotundo que nos dé la posesión de alguna importante plaza en el Nuevo Mundo, para de esta forma desestabilizar por completo la agresiva política exterior del imperio español. Por ello, le vuelvo a preguntar, ¿cuál sería en su opinión el objetivo fundamental de esta ofensiva?.

Excelentísimo primer ministro, nunca le he ocultado mi criterio que por cierto coincide con lo planeado por el señor William Pitt, en la época en que ostentaba el cargo de Secretario de Estado, de que una plaza ideal para capturar sería San Cristóbal de La Habana, que no en balde la monarquía española considera una de las joyas más preciadas de su corona.

Pero La Habana, replicó Charles Wyndham,, es una ciudad muy poblada y bien fortificada, en la que generalmente se encuentran fondeados numerosos navíos de su flota de guerra que puede ser fácilmente reforzada por buques franceses desde las cercanas posesiones en el mar Caribe. Además Cuba es una isla muy grande y extensa, con importantes guarniciones militares en las ciudades del interior . Por ello, me parece una empresa demasiado ambiciosa.

Sir, creo que no me han entendido. No se trata de tomar la isla de Cuba que es efectivamente de gran extensión y complicada geografía, por lo que apoderarse de ella exigiría esfuerzos militares y económicos incalculables. Se trata de atacar por sorpresa La Habana, ocupar si es posible sus territorios aledaños, y destruir la mayor parte de los buques de guerra que se encuentren allí fondeados y sobre todo inutilizar el Arsenal de la villa que es uno de los mejores del mundo. De esta forma, además del abundante botín que obtendremos, obstaculizaremos seriamente los planes de la corona española en la región. El golpe de mano será tan desbastador que estoy seguro provocará el inmediato fin de las acciones combativas en el mar Caribe, ya sea mediante la firma de un armisticio o un tratado de paz que a su vez influirá sobre las decisiones del rey de Francia que deberá poner fin a las hostilidades.

Me parece un plan algo arriesgado,subrayó el primer ministro, pero al mismo tiempo podría tener éxito, si hacemos todo como es debido. Al respecto, aunque me pese decirlo, sugiero contactar de inmediato al señor William Pitt que es,como vosacaba de afirmar, el autor intelectual de este proyecto, a los efectos de que puedan intercambiar ideas sobre su materialización. Ya saben que me disgusta bastante su persona, pero no dejo de tener en cuenta su vasta experiencia política.

Por cierto Sir Anson, de aprobarse el plan por su Majestad Jorge III, ¿a quién propondría como almirante de esta flota? Preguntó el conde de Bute.

he venido valorando con cautela esta cuestión en los últimos tiempos y me inclino cada vez más por el almirante sir George Pocock como jefe de la flota y por el Teniente General Sir George Keppel, tercer conde de Albemarle, como jefe de la fuerza expedicionaria.

Creo que son unos buenos candidatos, pero a éllos añadiría al señor George August Eliott que para mí es un militar de brillante carrera que además figura entre mis hombres de confianza.

el almirante Anson se disponía a dar su parecer sobre esta última propuesta, cuando le asaltó un fuerte ataque de tos que le obligó a sentarse mostrando signos de su creciente enfermedad.

Tratando de ser amable John Stuart, conde de Bute dijo acongojado: estimado lord almirante ya veo que se ha resfriado. Maldito sea este gélido clima que ha caído sobre Londres y nos obliga a estar siempre bien abrigados. ¿No desea probar un buen trago de este whisky escocés bien añejado de mis bodegas?. Sin esperar respuesta de sus interlocutores, acto seguido, el Secretario de Estado para el Norte sirvió la aromática bebida en las cuatro copas que ofreció a sus acompañantes, mientras expresaba: Brindemos amigos porque los planes de añadir La Habana a la corona inglesa se lleven a feliz término. Será un magnífico regalo para su Majestad Jorge III que de seguro engrandecerá el bien ganado prestigio de nuestra poderosa Inglaterra en la tierra y el mar.

Terminado el solemne brindis , viendo que eran cerca de las 17.00 horas, el Primer Ministro indicó al eficiente ujier que aguardaba afuera, servir un té bien caliente para dar por concluída la crucial entrevista.

Cuando el Almirante Anson y Charles Wyndham, II Conde de Egremont se hubieron marchado, John Stuart preguntó con marcada suspicacia al primer ministro Thomas Pelham-Holles. ¿Piensa realmente Sir que el Primer Lord del Almirantazgo podrá encargarse de esta complicada misión?. Parece muy enfermo y cansado. ¿No sería prudente sustituirlo por un almirante más joven?.

No lo creo oportuno estimado conde de Bute. Nadie tiene en el Almirantazgo la experiencia y conocimientos de lord Anson. Estoy seguro que el viejo puede aguantar todavía unos meses más hasta impulsar sin saberlo nuestros verdaderos planes: controlar definitivamente el comercio en las Antillas , así como el monopolio de la trata de esclavos. ¡Después ya veremos!.

El almirante Anson sabía perfectamente que el Primer Ministro y el secretario de Estado para el Norte John Stuart lo estaban manipulando. A éllos les importaba poco su salud y menos la gloria de Inglaterra si no le reportaba nuevos honores y grandes riquezas personales. ¡No eran más que unosintrigantes y vulgares politiqueros!.

Trató de no pensar en ello, contemplando los emblemáticos lugares de Londres que desfilaban ante su vista de regreso al Almirantazgo.

Como había cesado de nevar, bajó un poco el cristal de la ventanilla de la portezuela de la berlina y aspiró el frío aire que cortó sus pulmones haciéndole toser de nuevo. Se sonrió con resignación. Estaba convencido de que no vería el próximo invierno, pero en lo que le quedaba de vida cumpliría con su sagrado deber militar. ¡La Habana sería conquistada por la Royal Navy!.

En el año 1707 se aprobó un Acta de Unión fusionándose los Parlamentos de Escocia e Inglaterra, estableciéndose así el Reino de Gran Bretaña. Un año más tarde, en 1708, la obra maestra de Christopher Wren, la Catedral de St. Paul fue completada el día de su cumpleaños, aunque el primer servicio tuvo lugar el 2 de septiembre de 1697, más de 10 años antes. Esta Catedral reemplazó a la catedral original de St. Paul, que había sido completamente destruida en el Gran Incendio de Londres.

A principios del siglo XVIII, la capital estaba reducida a los límites de la ciudad romana originaria, más Westminster y Mayfair, rodeada de campos. La naciente industrialización atrajo un creciente número de personas que llenaron estos espacios verdes.

Desde el siglo XVI y hasta mediados del siglo XVIII, Londres se benefició de la centralización política y de la expansión del comercio marítimo desarrollada por los Tudor y continuada por los Estuardo. Durante el reinado de Enrique VIII la ciudad contaba unos 100.000 habitantes. A mediados del siglo XVIII ascendían a 700.000.

Paulatinamente la ciudad se convirtió en el centro de la vida social inglesa, con sus palacios y sus salones, sus teatros, sus sociedades culturales (Royal Society, 1662) y sus museos (Museo Británico, 1753). El crecimiento de Londres fue impulsado además con la fundación, en 1694, del Banco de Inglaterra.

Un fenómeno destacable del siglo que vivían fueron los cafés, los cuales se convirtieron en lugares populares para el debate de ideas. El crecimiento de la alfabetización y el desarrollo de la imprenta significaron que la información y las noticias eran más asequibles. Fleet Street se convirtió en el centro de la prensa británica durante este siglo.

A medida que el coche se acercaba al edificio del Almirantazgo se perfilaban en las crecientes penumbra del atardecer los contornos de su peculiar arquitectura. Era un sólido edificio de ladrillos cuyos tres pisos estaban rematados por una techumbre en forma de cono. Fue diseñado por el arquitecto Thomas Ripley y se terminó en 1726.

Algunos consideraban que esta edificación era demasiado austera y poco práctica, pero para Anson más que la sede de su despacho era su propia casa.

Después de cenar, estuvo hasta altas horas de la noche como era su costumbre, dictando a su secretario personal las órdenes correspondientes para impulsar los preparativos de la invasión a San Cristóbal de La Habana, lo que incluía convocar con urgencia a la Junta del Almirantazgo, así como citar a Sir George Pocock, y George Kepel, para ponerlos al corriente de estos planes. En cuanto al teniente general August Eliott prefirió dejarlo para más adelante.

Anson seguía preocupado por si la fuerza combinada de las armadas francesa y española podría dominar al Reino Unido, pero aun así se lanzó a la tarea de dirigir esa expedición.

Durante algo más de dos semanas, en interminables jornadas, fueron analizados y verificados en el mayor secreto, los detalles fundamentales de la operación. En particular , revisaron una y otra vez los asuntos concernientes al completamiento de tropas y naves, el abastecimiento devituallas de todo tipo, los informes de los espías y la actualización de las cartas náuticas.

En cuanto a esto último, se estudiaron cuidadosamente los datos e informaciones aportados sobre La Habana por el Almirante Charles Knowles. En 1756, en el periodo de paz establecido con el fin de la guerra de la Oreja de Jenkins, La Habana fue visitada por dycho almirante que era gobernador de Jamaica, como gesto de buena voluntad. Knowles fue recibido por el gobierno local, que además le permitió pasearse por la ciudad, sus alrededores y fortificaciones. Cuando el visitante llegó a Londres en 1761, hizo planos y documentos muy detallados con todos los datos de su visita y aconsejó que se atacara la plaza en caso de guerra.

Lord Anson trabajaba con un entusiasmo inusitado que le hacía olvidar sus molestos achaques, obligando a los miembros de la Junta del Almirantazgo a esfuerzos y vigilias increíbles para su edad. Deseaba adelantar lo más posible, ya que dentro de unos días sería Navidad y tenía el presentimiento de que pronto estallaría la guerra con España.

Culminada esta etapa,el primer lor del Almirantazgo consideró que estaba preparado para su histórica entrevista con William Pitt que le recibiría en su mansión de Hayes Place, Kent, elpróximo 23 de diciembre .

El paisaje de Kent era accidentado pero por su belleza la región también era conocida como el jardín de Inglaterra. La agricultura en Kent era casi una industria por sí misma. Por todas partes florecían grandes huertos y plantaciones de árboles frutales , lo que a pesar del crudo invierno de este año, daban una bucólica imagen de prosperidad.

Al arribar a la lujosa casona del afamado ex Secretario de Estado en Chatham y Avenida de Pittsmead, para su asombro fue recibido por Hester Pitt, baronesa de Chatham que con su natural amabilidad, le hizo pasar al salón de invitados en el que le aguardaba su esposo William. Por urbanidad, no preguntó por qué no lo había esperado en la puerta el conocido mayordomo de la familia.

William Pitt, había llegado a la Cámara de los Comunes en 1735 y pronto se convirtió en líder del grupo de jóvenes renovadores del partido Whig que criticaban a su jefe, Robert Walpole. Obtuvo varios cargos relacionados con las finanzas, en los cuales dedicado a la política, apoyó siempre la formación por parte de Inglaterra de un imperio ultramarino para asegurar el poder inglés. Así, fomentó y defendió la industria naval inglesa. Enfrentado a Walpole y a su política calificada de corrupta, intentó sustituir sus modos pragmáticos por una política más activa. Su enemistad y oposición a Walpole le hizo participar en su caída. Su ascendente carrera política le llevó a ser entre 1735 y 1738 parlamentario whig. A partir de 1746 ocupó el cargo de vicetesorero de Irlanda y pagador general del Ejército; desde 1756 y hasta 1761 fue secretario de Estado con Jorge II, demostró una honestidad poco corriente en aquella época. El apoyo que le prestaron los medios de negocios de Londres hizo que Jorge II le nombrara secretario de Estado

William Pitt entró en el gobierno debido a su brillante e inspiradora oratoria, pese a que JORGE II experimentaba por él un intenso desagrado. Al iniciarse la Guerra de 1756 demostró talento como estadista, aprovechando la guerra para acabar con la presencia francesa en la India y Canadá.

Deseoso de quebrantar el poderío francés, convenci´ó a todos de que la guerra debería librarse en las colonias y no en Europa. Tras limitarse a bloquear los puertos franceses en el continente, desplegó una intensa actividad bélica tanto en América como en la India lo que reafirmó suprestigio y autoridad.

Pero cuando se encontraba en la cima de su poder en 1761, el nuevo rey, Jorge III, prefirió prescindir de sus servicios, por lo que se vio obligado a ceder su cargo de Secretario de Estado británico a John Stuart conde de Bute

Lord Anson mantenía con Pitt las mejores relaciones a diferencia del Primer Ministro, pues habían colaborado estrechamente durante muchos años, por lo cual al encontrarse esta vez, se saludaron con la efusión propia de los que comparten ideales y una vieja amistad.

¿Cómo está mi aguerrido lobo de mar?, expresó afable Pitt. Pensaba que te habías olvidado de nosotros. Dicen que andas medio enfermo. ¿Por qué no sales de ese oscuro Almirantazgo y nos visitas más a menudo?. Sabes bien que esta es tu casa.

En realidad amigo he estado muy ocupado en los últimos tiempos con eso de la guerra, contestó algo cortado Anson.

¡Y cuando no!, subrayó Pitt riéndosea carcajadas. Tu siempre has vivido para la Royal Navy. Pero bien, toma asiento por favor.

Bueno, balbució Anson mientras se sentaba, parece que ahora estaré más ocupado que nunca, pues se espera que estalle pronto la contienda con España, y debo preparar un ataque relámpago a sus posesiones en América. Precisamente he venido a intercambiar ideas contigo sobre este proyecto.

Ya veo, ya veo. En palacio necesitan el criterio de este viejo zorro, pero no se atreven a darme la cara para consultarme. No debía ayudarlos y menos a ese engreído de Thomas Pelham-Holles, pero tu eres un amigo verdadero , así que pregunta.

Espera un momento, recalcó Pitt, levantándose de la amplia butaca en que estaba sentado, voy a cerrar la puerta. Esta es una conversación muy delicada para que caiga en oídos impertinentes. Aunque podemos estar tranquilos por esa parte, pues previendo algo de esto, le di hoy el día de asueto a casi toda la servidumbre empezando por el chismoso de mi mayordomo. Ahora puedes proseguir.

Querido William, dijo Anson, me gustaría saber en primer lugar los detalles de las negociaciones diplomáticas con España, y por qué renunciaste a tu cargo de Secretario de Estado.

Como recordarás estimado almirante, hube de enviar una nota diplomática asegurando a M. de Bussy que su Graciosa Majestad jamás sufriría que la Francia interviniese de ninguna manera en sus cuestiones con España, y que el insistir en este particular sería considerado como un insulto a su dignidad y una prueba de poca sinceridad en la negociación que llevábamos a cabo. Esta nota fué seguida de una comu­nicación al conde de Bristol, embajador en la Corte de Madrid, autorizándolo para que declarase que la intervención de Francia en las cuestiones pendientes jamás facilitaría ningún arreglo satisfactorio con España, sin perjuicio de la buena inclinación del Rey a un convenio razonable y justo; y como andaba circulando la posibilidad de un rompimiento con Inglaterra, se le indicaba también pidiese una explica­ción categórica sobre los preparativos navales que se estaban haciendo en la Península .

Una corazonada, más que mi experiencia diplomática, me hizo descubrir el hilo del tratado secreto durante esta aparente negociación, antes que llegase a Londres la respuesta del ministro francés, y considerando el asunto como una prueba concluyente de hostilidad, estimé necesario romper al punto las comunicaciones con la Corte de Versalles. Entonces concebí la idea de anticiparnos a los designios de España declarándole la guerra, confiado en que podría destruir sus medios de agresión y desconcertar sus futuros propósitos interceptando la flota que aguardaba de América y apoderarnos de sus colonias principales.

Mi plan era muy sencillo, concluida la conquista de las Antillas francesas, reforzar con tropas del Norte de América el ejército vencedor, y caer sobre La Habana, que se halla según mis informes mal defendida para resistir un ataque inesperado, y después invadir el istmo de Panamá: ocupados de este modo los dos puntos que unen, el uno la posesión más importante de las colonias españolas con su metrópoli y el otro, las costas orientales y occidentales de la América del Sur. Una segunda expedición llevaría las hostilidades a las islas Filipinas e interceptaría las comunicaciones entre España y las opulentas regiones de la India.

Contestando la segunda parte de tu pregunta te diré que por desgracia no pude presentar pruebas de la existencia del traicionero tratado secreto entre Francia y España bastante satisfactorias para convencer a mis colegas, cuya incredulidad se esforzaban éstos en abultar a causa de rivalidades políticas. Indignado de esta oposición, así como de los obstáculos que ya otras veces me habían opuesto a mis proyectos, me decidí a abandonar el timón del Estado, no queriendo, "ser responsable de una política que no me era permitido dirigir.

Como sabes, su Majestad aceptó mi dimisión y nombró para reemplazarme al conde de Egremont, aunque toda la influencia del Gobierno está concentrada en el conde de Bute. Como imaginas, esta decisión, le facilitó a España continuar su política contemporizadora hasta que pueda empezar las hostilidades con ventaja.

Pero bien, añadió Pitt, querido Anson todo esto es pura política. Mejor ilústrame tu cuales son las acciones concretas que has preparado.

Emocionado por este gesto de extrema confianza y modestia de su amigo, lord Anson pasó a explicarle los pormenores de lo que venía planeando.

Charlaban tan animadamente que no se dieron cuenta que el tiempo pasó volando, hasta que fueron interrumpidos por la señora Pitt que abrió la puerta con cara preocupada para informar que eran más de las 13.00 horas y que hacía rato que el almuerzo estaba servido. La baronesa estaba acompañada de un niño pequeño de unos 3 años. Al verlo William Pitt exclamó: ven acá querido hijo para que te conozcan. Lord Anson, este es mi preciado retoño. Lleva mi mismo nombre por lo que estoy seguro que seguirá mis pasos y tal vez asombre un día al mundo.

Después de jugar unos minutos con el hermoso niño que sobre sus rodillas se empeñaba en arrancar los botones dorados de su elegante casaca color azul marino, lord Anson trató de excusarse con William Pitt y su esposa para marcharse, pero éstos se lo impidieron alegando que sería una gran falta de cortesía no almorzar con ellos, tanto más que le habían dicho a su cocinera que se esmerara pues él era un invitado muy especial de la casa.

No pongas esa cara de pena querido amigo, y vamos para el comedor. Me muero por probar los exquisitos manjares que nos tiene reservados mi amada esposa Hester. Sabes bien que tiene buen gusto para la comida.

¡Mira que apetitoso ganso asado con manzanas rellenas con carne de salchicha han puesto sobre la mesa!. O tal vez prefieras aquella tarta de pescado o el guiso de conejo y venado. ¡Tu escojes!.

Pero mientras nos sirven, al calor de la sabrosa ginebra irlandesa que te voy a ofrecer como aperitivo, podemos seguir charlando un rato de cómo la Royal Navy va a desplumar pronto a los reyes de Francia y España.

Querido esposo, ¡Nada de conversaciones bélicas en mi presencia en la mesa!. La tranquilidad del almuerzo es sagrada, replicó airada la baronesa. Mejor oremos y demos gracias a Dios por poder compartir hoy estos alimentos en paz, tanto más que pasado mañana es Navidad.

¡Como usted ordene mi capitán!, subrayó William Pitt, mientras todos reían haciendo chocar alegremente las copas.

* * *

CAPITULO II

LA SOBERBIA DE LOS REYES

Perdone su ilustrísima Majestad por interrumpirlo, pero el honorable Secretario de Estado John Stuart solicita verlo con urgencia.

Diablos, !Qué puede ser tan importante en este mundo para que éste se atreva a estropear mi cena familiar de Navidad!. ¿Es que un rey no puede tener paz y sosiego en este maldito país?. ¿No les basta con que me hayan obligado hoy a compartir el almuerzo con esos engreídos lores del Parlamento aguantando sus aburridas peroratas?.

Rojo de ira, con un trozo de jabalí asado en la punta de su cuchillo, Jorge III amenazaba con cortarle la cabeza al asustado chambelán que no sabía si debía echar a correr o mejor aún que la tierra se lo tragase. Temerosos por el inesperado ataque de cólera del monarca, los sirvientes se retiraron a una distancia prudencial.

No te alteres querido Guillermo que te puede caer mal la comida, intervino conciliadora la reina Carlota.

Mejor cálmate y escucha qué tiene que informar el conde de Bute. Seguro es algo que te interesa.

Tienes razón amada esposa. ¡Qué me haría sin ti!. !Chambelán!.

!Ordene su majestad!.

¡Deja de temblar como un niño ! y haz pasar de inmediato a ese inoportuno Secretario de Estado. Recemos para que traiga buenas noticias. Si no, ¡se las va a ver conmigo!.

Esta acalorada escena tenía lugar el 25 de diciembre de 1761 en el comedor privado del rey Jorge III en sus aposentos del castillo de Windsor.

Jorge Guillermo Federico más conocido como Jorge III de Gran Bretaña e Irlanda era el tercer monarca británico de la Casa de Hannover, pero el primero en nacer en Gran Bretaña y usar el inglés como lengua materna. Simultáneamente ostentaba los títulos de duque de Brunswick-Lüneburg, Elector de Hannover y duque de Bremen y príncipe de Verden. A Jorge III se le conocía con el sobrenombre de Granjero Jorge, por sus modales simples y llanos.

Jorge, príncipe de Gales, heredó la corona cuando murió su abuelo, Jorge II, el 25 de octubre de 1760. Entonces, se organizó la búsqueda por toda Europa de una esposa conveniente. El 8 de septiembre de 1761, en la Capilla Real del palacio de St James, Jorge se casó con Carlota de Mecklemburgo-Strelitz. Dos semanas después, ambos fueron coronados en la abadía de Westminster.

Se decía que Jorge estuvo locamente enamorado de Lady Sarah Lennox, hija de Charles Lennox, II duque de Richmond, y realmente se estremeció cuando vio por primera vez a la poco agraciada Carlota, que conoció el mismo día de la boda. Sin embargo, siguió adelante con sus votos matrimoniales y, notablemente, nunca tomó una amante, en contraste con sus dos antecesores. A pesar de ello, la pareja real parecía gozar de una auténtica felicidad doméstica.

Situado en el condado de Donkshir, el origen de Windsorfue un castillo medieval comenzado a levantar en el siglo XI, tras la conquista normanda de Inglaterra por Guillermo I el Conquistador. Desde tiempos de Enrique I de Inglaterra (siglo XII) había sido habitado por numerosos monarcas británicos.

Esta fortificación fue diseñada originalmente sobre una mota y con tres murallas en torno a un montículo central para servir como baluarte de los conquistadores normandos en las afueras de Londres y dominar una zona estratégicamente importante del río Támesis. Su fábrica fue gradualmente sustituida por piedra, y a comienzos del siglo XIII sufrió un largo asedio durante la Primera Guerra de los Barones (1215-17). Enrique III construyó un lujoso palacio real dentro del recinto a mediados de ese siglo y Eduardo III fue más allá con la reconstrucción del palacio, que creó un conjunto mayor de edificios que se convertiría en «el proyecto arquitectónico secular más caro de toda la Edad Media en Inglaterra».​ El núcleo de la obra de Eduardo pervivió hasta el período Tudor, cuando Enrique VIII e Isabel I le dieron al castillo un uso mayor como corte real y centro de entretenimiento diplomático.

El Comedor del Rey, al igual que las llamadas Cámara de la Presencia de la Reina y la Cámara de Audiencias de la Reina estában decorados en estilo barroco, caracterizado por «interiores dorados enriquecidos con floridos murales», primeramente introducido en Inglaterra a mediados del siglo XVII en Wilton House. Las pinturas de Verrio que las adornaban estában «empapadas de alusiones medievalistas» e imágenes clasicistas.

Estas habitaciones pretendían mostrar un innovador «barroco fusión» inglés de artes separadas como la arquitectura, la pintura y la escultura.

A pesar de este innegable lujo y buen gusto, Jorge III se sentía en el castillo como si estuviese en una lúgubre prisión, tanto más que tras sus sólidos muros estuvo encerrado hasta su ejecución el infeliz monarca Carlos I cuyo fantasma decían algunos superticiosos, deambulaba ciertas noches sin luna por los pasillos de la planta baja, clamando venganza con su cabeza en las manos.

. Esta tenebrosa fortaleza pensó, no está a la altura del Palacio de Versalles o del enorme Palacio Real de Madrid. Por ello deseaba acelerar sus planes de adquirir la Casa Buckingham para convertirlo en un verdadero palacio.

!El rey de Gran Bretaña e Irlanda no puede vivir peor que los de Francia y España!.

Ahora John Stuart, 3.er conde de Bute, estaba parado frente a él con una expresión en su rostro que denotaba una gran preocupación. Al hacer su entrada, la reina Carlota se había marchado con sus damas de compañía para disfrutar de un concierto de cámara. Antes de hacerlo dispuso que la servidumbre se retirara, por lo que estaban solos en el amplio comedor.

Estimado conde, se ha vuelto loco o que rayos le pasa para interrumpir de esta forma mi descanso navideño, subrayó con impaciencia Jorge III, mientras saboreaba una copa de vino .

Majestad, ya sabe que sería incapáz de molestarlo sin una buena razón, y mmenos en esta fecha, pero ocurre que lord Egremont me acaba de comunicar que el conde de Fuentes, embajador de España le entregó hace una hora, un despacho oficial anunciando la negativa de Carlos III de dar respuesta a vuestras justas demandas de explicaciones sobre sus relaciones con la perversa Francia, así como recalcando con intolerable altanería que hundirá a cañonazos sin contemplaciones a cuantos buques corsarios ingléses caigan en manos de su flota.

Además mis espías me han alertado que enseguida el embajador hizo circular una memoria que puede estimarse como un ofensivo manifiesto al pueblo inglés, pues culpa a vuestra Majestad de todas sus futuras desgracias .

Increíble, !que arrogantes e insolentes son estos testaduros españoles!. Ese conde de Fuentes, si no fuese un diplomático plenipotenciario, merecería que lo enviára a la Torre de Londres cargado de cadenas.

Ante el gesto de asombro y reprobación de Stuart, Jorge III añadió con cierta dosis de ironía: claro, yo soy un rey civilizado, pero el sultán otomano ¡seguro que lo haría!. Pero ya verá ese reyezuelo de pacotilla Carlos III la lección que le vamos a dar. ¡Va a aprender a respetarnos!.

Disculpe Majestad, pero si me permite, el imperio español no es cualquier cosa y Carlos III es un rival muy peligroso. Tiene muchos medios, navíos de combate y hombres valientes sobre las armas.

¡No me de lecciones de prudencia política lord Stuart!. No estoy de humor para ello.

Mejor acláreme si el Primer Ministro Thomas Pelham-Holles, ya conoce esta noticia.

Creo que no, su Majestad. Es decir, salvo que lord Egremont se la haya comunicado en mi ausencia.

Bueno, bueno, ya veo que siguen las rencillas subterráneas entre ustedes. !Pararán alguna vez de ponerse zancadillas!. Sois solo una banda de tontos envidiosos. ¿No ven que tenemos que estar más unidos que nunca para vencer a nuestros enemigos?.

Comuníquele al Primer Ministro y a lor Egremont que mañana nos reunimos a primera hora para redactar una declaración de guerra a España que deseo salga a la luz a más tardar a principios de enero próximo. Además , encárguese de preparar el terreno para que no haya oposición en las Cámaras de los Comunes y los Lores. ¡Ah!, y de paso, solicítele al Primer Lord del Almirantazgo Anson , un informe detallado de cómo van los preparativos del ataque que planeamos contra las posesiones españolas de ultramar.

¿Está claro esto Conde de Bute?.

Sí Majestad, cumpliré de inmediato todo lo que me ha ordenado.

Entonces, ¡desaparezca rápido de mi vista!. Voy a tratar de pasar lo mejor posible lo que resta de esta noche de Navidad. ¡A ver si por fin me dejan tranquilo!.

Medio mes después de estos sucesos, concretamente el 12 de enero de 1762, una lujosa carroza tirada por cuatro hermosos caballos blancos se detenía frente de la portada del Palacio Real del Pardo.

Tras dar unas breves indicaciones al cochero, con un ágil salto se bajó del vehículo Ricardo Wall Primer Secretario de Estado, Secretario de Guerra y Jefe del Despacho del rey Carlos III.

Cuando joven, Ricardo Wall había cosechado destacados lauros en su brillante carrera militar, pero la amistad y el patrocinio de hombres como el duque de Liria y el duque de Huéscar, hicieron que su estrella brillase aún más. A partir de 1755 su amigo de campañas y batallas, el duque de Alba, le patrocina y lo dirige a la carrera diplomática. Aconsejado por él, el nuevo ministro de Estado, José de Carvajal, lo nombró en mayo de 1747 para una misión temporal «restringida nada más que a los asuntos de la guerra» en la República de Génova.

Pocas semanas después, Carvajal decidió enviarle en misión secreta a Londres, con la intención de negociar una paz separada con los ministros británicos. Wall enfrentó en la corte londinense serias dificultades: su origen irlandés lo hacía sospechoso a los políticos de la isla. El fracaso de la misión no impidió que Wall consolidara su situación, logrando poco a poco la confianza de los ministros ingleses, señaladamente del duque de Newcastle.

En 1752 hizo una breve visita a España, donde además de conocer personalmente a Carvajal y a los reyes Fernando VI y Bárbara de Braganza-a los que causó una gratísima impresión-, obtiene, a pesar de las conspiraciones francesas para sustituirle por Grimaldi, el ascenso a teniente general y el nombramiento de embajador, pues hasta ahora era ministro plenipotenciario, nombrado como tal en 1749.

A la muerte de Carvajal fue elegido para sustituirlo al frente de la Primera Secretaría de Estado y del Despacho, puesto que ocupó hasta 1763 y que alternó desde 1759 con el de Secretario de Guerra. Al frente de estas oficinas lideró la conspiración contra el marqués de la Ensenada (1754).

Abanderó el sistema de neutralidad que mantuvo a España apartada de la Guerra de los Siete Años durante todo el reinado de Fernando VI. Fue pieza clave en el interregno entre Fernando VI y Carlos III, dominado por la enfermedad del primero y llevó adelante importantes reformas en la administración. También negoció y firmó el Tercer Pacto de Familia (1761) que lo obligaba ahora a participar en el conflicto.

Al atravesar la sobria entrada, el piquete de guardias reales que la custodiaban le presentó armas marcialmente, pero Wall no le prestó mucha atención al saludo, pues el sobre lacrado que portaba le quemaba las manos.

¿Dónde se encuentra ahora su Majestad Carlos III?, preguntó al coronel que estaba al mando del destacamento encargado de proteger el palacio, integrado por: cuatro compañías de Guardias de Corps, dos regimientos de Reales Guardias de Infantería y una compañía de Reales Guardias Alabarderos.:.

Como es su costumbre por esta época, contestó el militar, se encuentra cazando no lejos de aquí desde temprano en la mañana. No hace mucho que un o de sus palafreneros se presentó anunciando que pronto estaría de regreso. Así que le aconsejo pasar, tomar un refrigerio y aguardar.

A pesar de la magnificencia del Palacio Real de Madrid, después de la inesperada muerte de su amada esposa María Amalia de Sajonia en 1760, Carlos III había decidido vivir solo ocho semanas al año en el mismo: en diciembre, Semana Santa y parte de julio. Al concluir las festividades navideñas, el rey volvía al Palacio del Pardo. allí la corte pasaba casi tres meses del año, desde Epifanía hasta Semana Santa dedicando gran parte del tiempo a sus aficciónes cinegética en los cercanos montes del Pardo.

Conforme a esta inviolable costumbre, el monarca esperaba impaciente hacía más de media hora que la codiciada presa se pusiese a tiro.

Ahora el magnífico gamo estaba saciando la sed a orillas del cantarino arroyuelo, tras su larga carrera entre las resecas zarzas, perseguido por los incansables lebreles de caza del rey de España , sin percatarse de la mortal emboscada que éste le había tendido con la ayuda de sus expertos batidores.

El animal se diferenciaba del ciervo comúnen su menor tamaño, sus astas palmeadas y su manto de pelo pardo-rojizo salpicado de motas blancas y una banda oscura en el lomo.

Satisfecho de que por fin todo estaba saliendo como deseaba, Carlos III aguantando la respiración apuntó lentamente con su fusil de pedernal "Jäger"de cañón estriado, especialmente diseñado en Alemania a fines del siglo XVII para una élite dedicada a la cacería. El rifle tenía alegóricas grabaciones en oro en el cañón y la culata representando diversos animales y era un regalo de boda de la familia de su esposa.

De repente, el gamo al parecer olfatió su presencia y levantó nervioso la cabeza tratando de escuchar alrededor el menor ruido. Álguien quebró sin querer una ramita en el suelo y fue suficiente. El disparo de Carlos III y y la relampagueante estampida del animal coincidiero. La bala pasó silbando a escasas pulgadas de la presa que desapareció de inmediato, saltando despavorido entre los cercanos arbustos.

!Diantre!, he fallado por tercera vez el tiro, exclamó molesto el soberano. Dirigiéndose al Marqués de Esquilache que actuaba como Montero mayor, añadió: !No se que me pasa!. !Hoy estoy de mala suerte!. Recojamos los enseres de caza y volvamos al palacio. Además , no se por qué tengo desde ayer un mal presentimiento.

Carlos III trajo de Nápoles como hombre de confianza al Marqués de Esquilache, nombrándolo Secretario de Hacienda. Este incorporó señoríos a la Corona, controló a los sectores eclesiásticos y reorganizó las Fuerzas Armadas. Su programa de reformas y la intervención española en la Guerra de los Siete Años necesitaron más ingresos, que se consiguieron con un aumento de la presión fiscal y nuevas fórmulas, como la creación de la Lotería Nacional.

Mientras esperaba el retorno del monarca, Ricardo Wall trabó conversación con el intendente del vetusto palacio que le puso al corriente de las ampliaciones y reformas que deseaba impulsar Carlos III en el edificio.

Los orígenes de este palacio se remontaban al año 1405, cuando el rey Enrique III de Castilla ordenó la construcción de una casa real en el Monte de El Pardo, lugar que el monarca frecuentaba, dada su riqueza cinegética. Enrique IV, por su parte, edificó sobre la misma un pequeño castillo. El palacio conservaba el foso del castillo tardo-medieval sobre el que se levantaba.

El emperador Carlos I, por impulso del joven príncipe de Asturias, Felipe, determinó la conversión de este castillo en palacio. A partir de 1547, comenzaron las obras siguiendo un primer diseño de Luis de Vega, autor también del palacio de Valsaín. El nuevo edificio seguía el esquema de un alcázar cuadrado, con cuatro torres en los ángulos y un patio porticado en el centro. Las fachadas de ladrillo se articulaban a través de ventanas con pequeños balcones, el único elemento escultórico remarcable era el gran portal de entrada con el escudo de Carlos I. En 1557, siendo ya rey Felipe II, se empezó a retejar el edificio con una puntiaguda techumbre de pizarra emulando la arquitectura flamenca que tanto gustaba al soberano. Anexo al palacio se edificó la Casa de los Oficios, destinada a alojar a los sirvientes y miembros subalternos de la corte.

Felipe II fue también el responsable de ultimar la decoración del palacio siguiendo las tendencias tardorenacentistas que venían de Italia. Se realizaron elaborados estucos y pinturas murales y varios retratos obra de Tiziano o Sánchez Coello. De toda esta decoración solo se conservaba el llamado "aposento de la Camarera Mayor de la Reina", con pinturas en el techo de la Historia de Perseo, obra de Gaspar Becerra, pues el 13 de marzo de 1604 sobrevino un gran incendio que destruyó buena parte del palacio y la mayoría de las obras pictóricas allí depositadas, si bien se salvó la llamada Venus de El Pardo, de Tiziano. Se cuenta que cuando notificaron a Felipe III el siniestro, preguntó por dicho cuadro y terminó diciendo: «Si ese cuadro se salvó, lo demás no importa».

El monarca decretó la reconstrucción del edificio con un presupuesto de 80 000 ducados, concediendo la dirección de la obra a Francisco de Mora, el mismo que había sucedido a Juan de Herrera en la ejecución del Monasterio de San Lorenzo del Escorial. En 1607 pudieron empezar las obras de decoración dirigidas por Bartolomé Carducho y Pantoja de la Cruz, y a su muerte por Pedro de Valencia; esta campaña constituyó una de las empresas artísticas más importantes del reinado de Felipe III.

En el periodo de los Austria el palacio de El Pardo siempre estuvo ligado a la actividad cinegética, no en vano el Monte de El Pardo era uno de los cotos de caza más importantes de los alrededores de Madrid.

Felipe V primer soberano de la Casa de Borbón, visitó por primera vez El Pardo en 1701 y el lugar le pareció profundamente anticuado e inhóspito. El palacio albergaba en esa época doscientas veintidós pinturas, entre las que se incluían pintura de género y paisajes flamencos, retratos de los Habsburgo y varias copias de obras de Tiziano. Felipe V decidió cambiar radicalmente la decoración, las pinturas fueron enviadas a otros reales sitios y las paredes se recubrieron con tapices de la recién fundada Real Fábrica. Asimismo, para albergar a toda la familia real, el arquitecto René Carlier decidió tabicar dos de las tres galerías que tenía el palacio: la Galería de la Reina y el Salón de Retratos.

Durante su reinado, Felipe V, seducido por el carácter agreste de El Pardo lo convirtió en la principal residencia invernal de la corte en detrimento de Madrid. No en vano el soberano pasaba apenas dos meses en la capital durante todo el año. Sin embargo, para la mayoría de los miembros de la familia real, el palacio siguió siendo un lugar inhóspito y solitario, en medio del bosque y sin jardines. Aparte de la caza, poco más había que hacer y con frecuencia el corto camino hacia Madrid se convertía en impracticable a causa de las lluvias torrenciales. Algunas de las pocas diversiones de las que gozaba la familia real eran los cumpleaños de los Infantes Carlos y Felipe, además del carnaval que concentraba sus jolgorios en los aposentos de los príncipes de Asturias mientras el rey y la reina permanecían enclaustrados en sus aposentos.

Fernando VI, por su parte, fue el responsable de empezar la adquisición del Monte de El Pardo en nombre de la Corona y decretar la construcción, en 1749, de una cerca de 25 leguas de longitud alrededor de la propiedad.

Carlos III disfrutaba especialmente de la estancia en El Pardo que, una vez más, se convirtió en la principal residencia invernal. El rey había encargado importantes trabajos de redecoración para sus aposentos y los de la reina, habitados por la infanta María Josefa, como la confección de nuevos tapices de temática campestre basados en los cartones de David Teniers cuyos bocetos mostraba el intendente al Secretario de Estado y la Guerra.

La interesante conversación se vio interrumpida por el arribo del monarca y su comitiva. RicardoWall corrió para la entrada a fin de ser de los primeros en saludar al soberano y ponerlo al corriente de la causa de su visita.

Al verlo, Carlos III le dijo a Esquilache: Ya ve estimado marqués que tengo razón. ¡Mis presentimientos nunca fallan!. Si Ricardo Wall está aquí algo grave se avecina.

Adoptando un tono jocoso le dijo a Wall, mientras inclinado el Secretario de Estado y Guerra le besaba la diestra en señal de sumisión y respeto: ¿qué ha ocurrido ministro?. ¿Acaso está ardiendo el palacio real de Madrid con todos sus cortesanos dentro?.

Todavía no su Majestad. Pero puede arder pronto. Depende de lo que hagamos para evitarlo, contestó muy serio Wall, sin hacer caso a la broma pesada del monarca .

Tratando de adivinar lo que sucedía, Esquilache se atrevió a decir: ¿tiene que ver con la pérfida Inglaterra?.

Dado lo delicado del asunto, prefiero ponerlos al corriente en un lugar más reservado, contestó el Secretario de Estado.

Entonces vamos para mi despacho. ¡Allí ni las moscas entran sin mi permiso!, recalcó el rey que para asombro de sus preocupados acompañantes seguía de buen humor.

En lo personal, Carlos III era un burgués de vida reglada y moderados hábitos, amante de la buena administración, del sosiego y de las apacibles rutinas. Durante su reinado, la corte española mantuvo una acreditada fama de ser la más aburrida de Europa. Pasaban los meses, y, del mismo modo que su sastre no tenía que alterar las medidas de sus casacas, su mayordomo tampoco tenía que salirse de la rutina establecida: el rey se levantaba temprano, oía misa, desayunaba una jícara de chocolate y se ocupaba el resto de la mañana en labores de oficina y en recibir los informes de sus competentes ministros. Llegada la hora del almuerzo, comía en la misma vajilla y usando los mismos cubiertos. El cocinero se atenía a la media docena de platos que agradaban al rey. Tras el almuerzo, Carlos sesteaba (solo en verano) y después pasaba la tarde cazando por los montes del Pardo, su gran y casi única pasión.

Los días de lluvia pasaba el resto del tiempo dedicado a algún ejercicio manual. Al parecer, encontraba muy entretenido tornear palos de sillas.

Al propio tiempo, Monarca ilustrado y reformista Carlos III se fijó dos objetivos. orden y buena administración.

Carlos III si en algo difería de sus inmediatos antecesores era en que jamás soportó influencias femeninas. Su madre fue apartada y su esposa murió al poco tiempo de instalarse en Madrid, el 19 de septiembre del 1760.

Carlos III estaba entonces en el apogeo de su vida. Poseía gran experiencia de los hombres y los asuntos de gobierno. No quería volver a casarse y de sus dos amores confesados, la reinaMaría Amalia de Sajonia y la caza, dedicó su viudez al que le quedaba.

Pasaba la mayor parte del tiempo al aire libre. Persuasivo antes que autoritario, inspiraba temor a sus ministros, pese a despertar admiración por el dominio de sí y por la gentileza que demostraba. Su prolongada estancia napolitana le había dotado de un gran sentido del humor y una perspicacia muy italiana. Pero de su país sabía poco, y lo iban a demostrar los próximos acontecimientos.

Tenía mano dura,pero se dejaba influenciar a veces por sus ministros italianos, Grimaldi y Esquilache. No obstante, trataba de llevara cabo una política interior y exterior activa y radical. Deseaba impulsar la industria, y, contrario a las ideas neutralistas de su antecesor, dispuso reconstruir e incrementar el ejército y la marina.

Ya en el salón privado de Carlos III, Ricardo Wall entregó al soberano el sobre lacrado remitido con urgencia por el conde de Fuentes conteniendo la escueta declaración oficial de guerra de Gran Bretaña a España firmada por el rey Jorge III.

El monarca español leyó sin inmutarse varias veces el trascendental documento, y luego se lo entregó a Esquilache. Éste al devolvérselo a Ricardo Wall le espetó con ironía: ya ve estimado Secretario que sus maniobras dilatorias para evitar la guerra al final no han dado resultado. Mejor hubiese sido anticiparnos y atacar por sorpresa a Inglaterra.

Me puede decir honorable marqués, ¿con qué hombres, navíos y recursos monetarios lo íbamos hacer?.

Con lo que tenemos que en mi opinión es suficiente, replicó molesto Esquilache.

¡No discutáis más entre sí!, zanjó el naciente altercado Carlos III. Lo hecho , hecho está.

Al final, esta era la reacción que estábamos buscando. No olvidéis que este papelucho que pueden imaginar que buen uso le voy a dar en las reales letrinas, es el resultado de la trampa que le hemos tendido a los herejes ingleses. Ahora se tendrán que enfrentar a las fuerzas combinadas de Francia y España.´

Por lo pronto, preparen una respuesta apropiada para los malditos ingleses. A más tardar en tres días, o sea, el 16 de enero, debemos anunciar al mundo que estamos en guerra con los reinos de Gran Bretaña e Irlanda.

Para ello, cursen las órdenes pertinentes poniendo en máxima disposición combativa todas las unidades de mar y tierra de nuestro vasto imperio en el que nunca se pone, ¡ni se pondrá jamaz el sol!. Estimado Secretario de Guerra, puede estar seguro que vamos a barrer de los mares a esa escoria británica.

Me parece querido Ricardo Wall, que será el palacio real de Windsor en Londres el que arderá esta vez con el malvado Jorge III en su interior, subrayó riéndo el marqués de Esquilache.

Al retirarse Ricardo Wall para cumplir las indicaciones recibidas, tenía la certeza que el inusual optimismo de Carlos III,incrementado en parte por las adulaciones e infundados criterios del marqués de Esquilache, podían llevar a España a un terrible desastre político y militar. ¡La soberbia nunca había sido buena consejera, y menos de los reyes!.

La vida demostraba que el Imperio español no estaba preparado todavía para vencer a Inglaterra. Debía dominar primero todas las rutas marítimas conocidas,fomentar la desunión en el interior de las 13 colonias norteamericanas, así como someter aGran Bretaña a un bloqueo tan férreo que no pudiese ni respirar. Y para eso, se necesitaba una revolución en la construcción naval, para lo cual, confiaba en el arsenal habanero. En ese lejano y exótico lugar , gracias a las inigualables maderas cubanas, se construían los mejores barcos de guerra del planeta.

Así se lo había hecho comprender, el destacado constructor naval irlandés Mateo Mullan. Su coterráneo y amigo pertenecía al grupo de los expertos británicos y de otras naciones contratados por Jorge Juan en 1750 para colaborar en el remozamiento de la construcción naval española, y había trabajado en La Carraca desde que vino de Inglaterra. Entre 1759 y 1760, Cipriano Autrán y Mullan ya habían estudiado la posibilidad de construir navíos de tres puentes en el arsenal gaditano. Pero en su informe de 27 de febrero de 1760, Autrán juzgaba difícil fabricar allí un buque de tanta magnitud y el ambicioso proyecto se vino abajo.

Sin embargo las inquietudes de Mullan persistían, por lo que decidió mostrar a Ricardo Wall los planos del modelo de un gigantesco navío de cuatro puentes y 112 cañones que tenía en la cabeza desde hacía años, subrayando que solo podía ser construído en el arsenal de La habana.

¡Con este titán de los mares dominaremos el mundo!, le había recalcado muchas veces inflamado de ilusión, el visionario Mullan.

Por ello, Ricardo Wall estaba convencido que había que defender a toda costa San Cristóbal de La Habana. Pero, y esa era la gran duda que le atormentaba, ¿estaría a la altura de esa honrosa misión el nuevo Gobernador de Cuba Juan del Prado Portocarrero ?.

Por desgracia pensó, ¡solo el tiempo lo diría!.

CAPITULO III

LA HABANA EN PELIGRO

A miles de millas de Londres y Madrid, todavía ajena a estos cruciales acontecimientos que trazarían el rumbo de su destino en los próximos meses, el lunes 25 de enero de 1762

San Cristóbal de La Habana comenzaba un nuevo día que prometía ser muy agradable. Un fresco céfiro venido del norte, hacía batir con fuerza las olas contra el escarpado promontorio sobre el cual se elevaba el Castillo de los Tres Reyes Magos del Morro que con su emblemática torre custodiaba la angosta entrada de la bien resguardada bahía, en cuyo interior numerosos barcos de guerra y transporte se encontraban anclados.

Frente a la imponente fortaleza, en su hermana menor el Castillo de San Salvador de La Punta, un grupo de marinos y soldados españoles se encargaban de soltar la pesada cadena de bronce que impedía por las noches el acceso de los buques al puerto.

La Habana poseía una de las mejores bahías de las Indias Occidentales. Facilmente podía amparar hasta 100 navíos de línea. El canal de entrada que da acceso a la bahía tiene unos 600 pies de ancho por media milla de largo y en su interior se encontraban importantes astilleros capaces de construir barcos de guerra de primera clase.

Desde muy temprano, tan pronto se dejó escuchar el acostumbrado estampido del cañón que desde una fragata anunciaba la apertura de las puertas de la sólida muralla de la ciudad, un enjambre de lanchas, botes de pesca y barquichuelos de todo tipo iban y venían por las tranquilas aguas de la rada, emulando con el hormiguear de esclavos pardos de ambos sexos, sensuales mestizas libertas y toscos arrieros blancos que poco a poco poblaban las malolientes calles de la urbe camino de los mercados y puestos de viandas, para abastecer las cocinas de las modestas casas y señoriales mansiones de la villa. Algunas negras casi desnudas, acurrucadas bajo las soleras, vendían frituras calientes y dulces caseros, mientras que grupos de peatones, atravesaban los caminos hacia otros barrios en busca de sus ocupaciónes. Los puestos de fruta, brindaban en plazas y céntricas esquinas refrigerio a los caminantes.

Componían la Habana los barrios de Santa Teresa, Paula, Merced y San Isidro. Fuera de las murallas se levantaban algunas casas y numerosos bohíos. Lo demás era monte firme, matorrales cruzados por arroyos, terreno quebrado y áspero.

La población de la urbe que por entonces rayaba las 60,000 almas se componía por lo general de gentes muy atentas y sociales. Los sectores pudientes de la misma eran muy dadas a imitar las costumbres y maneras francesas, tanto en sus trajes y conversación, como en el buen gusto de su mesa y en el adorno de sus casas.

Al creciente rumor de este colorido gentío, se fue añadiendo el tañido de las campanas de numerosas iglesias, entre las que descollaban las de la Parroquial Mayor, San Francisco de Paula y el convento de San Francisco de Asís que llamaban a sus adormilados feligreses a levantarse temprano para acudir a misa.

Uno de los soñolientos habaneros que aún vacilaba en dejar la cama, era el joven Antonio, hijo único del conocido asentista naval Pedro de Acosta. Había regresado anoche bien tarde, tras participar con unos mozalbetes de su misma edad en uno de los sonados "bailes de cuna"de la ciudad, en los que se podía disfrutar de la voluptuosa compañía de alguna belleza local. Antonio acababa de cumplir los 19 años y desde los 17 ayudaba a su padre Pedro en las faenas del arsenal habanero, tomando experiencia sobre el noble oficio que servía de sustento desde principios del siglo a su familia.

El fundador de la estirpe Juan de Acosta había adquirido gran renombre al impulsar la construcción naval en La Habana, convirtiéndola por decirlo así en la capital de esta importante labor que dotó a España de una flota de poderosos buques de guerra que por término general duraban el doble de los construidos en el Ferrol y la carraca, gracias a las preciosas maderas cubanas resistentes al mar y la metralla enemiga. Durante algo más de 20 años , Juan de Acosta prosperó sin ningún tropiezo. Sabemos que era «amigo» del Gobernador Gregorio Guazo Calderón quien le recomendó para Capitán de Maestranza. Su buena estrella duró hasta la aparición primero de la malhadada Compañía del comercio de La Habana que a finales de la década del 30, comenzó a entorpecer su monopolio cuando un grupo de ricos criollos, deseosos de controlar la actividad del puerto habanero para sus fines asociados al comercio de esclavos y el tabaco, comenzaron a interferir en sus asuntos. Por esos días, el tabaco de Cuba era su exportación más beneficiosa. Ya por aquel entonces, la zona de Vuelta Abajo, en especial la región que se extiende a lo largo del río Cuyaguateje, era conocida como la Cote d'Or del tabaco. Pero el puntillazo final se lo daría la designación del noble español Lorenzo Montalvo Ruiz de Alarcón y Montalvo en 1742 como responsable de la actividad del arsenal habanero.

Lorenzo Montalvo Se incorporó muy joven al Cuerpo del Ministerio de la Marina y, tras desempeñar diversos cargos en la Península, fue destinado en 1743 a Cuba con el grado de comisario de Guerra de Marina. Allí realizó el traslado de los talleres existentes de construcción naval, desde su primitiva ubicación cercana al castillo de la Fuerza, hasta su definitiva instalación en lo que pasó a ser el Real Astillero de La Habana. Igualmente reorganizó las cortas de madera con destino a dicho astillero regularizando a este respecto las relaciones entre la Real Hacienda y los particulares.

Continuó Montalvo a cargo de la gestión administrativa de la Marina en La Habana, hasta que fue nombrado comisario ordenador de Marina con jurisdicción administrativa en toda la isla.

A pesar de ello, antes de morir Juan de Acosta adquirió la sólida residencia en la calle de la Obra Pía, que dejó en herencia con parte de sus cuantiosos ahorros a don Pedro, su hermano menor.

En realidad, en ese momento Antonio deseaba seguir acostado un buen rato, pues aún le daba vuelta la cabeza por la fuerte "resaca" que sufría por haber bebido demasiado. Había tratado de pavonearse delante de sus "amigotes" ingiriendo de un tirón una jarra de aguardiente de caña que más parecía un engendro del infierno que bebida de cristianos, y de paso demostrar a su compañera de baile, una preciosa mulata de esas que hacen suspirar al más casto de los curas, que él era un hombre bien bragado, capaz de satisfacer sus más rebuscados caprichos. Ahora pagaba las consecuencias de su locura y no sabía cómo enfrentar a su padre para acompañarlo hasta el Arsenal como era su costumbre.

Por suerte, Cual si fuera un ángel de la guarda bajado del cielo, entró en su alcoba la maternal Nana y Inés, la fiel esclava lucumí, cocinera de su padre, que al conocer su padecimiento, le expresó: ¡despierta por dios Antoñico!. ¡haber mijito! tómate este café bien fuerte que te he preparado y que te ayudará a ponerte en pie.

Pero nana Inés, me siento fatal. Estoy mareado y no tengo ganas de ir a ninguna parte, resongó Antonio, mientras se cubría la cabeza con la almohada.

¡Muchacho, no seas cabezón!, lávate rápido esa cara que solo de verla da miedo de lo sucia que está, vístete y trata de estar listo dentro de media hora al pie del "Sociable" donde te aguarda su conductor, el taita Simón. Vuestro querido padre, que la Virgencita de Regla, Elegua y Changó le den siempre larga vida y salud dijo la devota negra besando unos collares rituales que portaba en su cuello, me recalcó antes de partir que te esperará en las oficinas del Arsenal para que lo acompañes durante la visita de inspección que va a realizar. No te vayas a demorar , pues está furioso contigo. Ya sabe que llegaste tarde porque estuviste de parranda con esos sinvergüenzas de tus amigos de la universidad y las mujerzuelas de mala vida que te presentaron. No quiere oir ninguna excusa de ti, y me recalcó que más te vale estar listo para partir. De lo contrario, subrayó, lo vas a lamentar mucho . Dijo que te va a internar en una escuela militar para que aprendas lo que es bueno.

Además, recuerda que tenemos que preparar la casa ya que mañana por el mediodía vendrá a almorzar tu tío Pablo con tu pequeño primo Rodriguito. Ya he pedido ayuda a mis comadres, las mulatas Concepción y Domitila, para ver si podemos limpiar antes esta casa que parece más un establo de vacas ¡que el hogar de una familia tan distinguida como la de los Acosta!. Ojalá que esta última no traiga a su hijo, ese diablillo de Bartolo, si no, ¡quién aguanta a ese pillo de siete zuelas!.

Don Pedro de Acosta , a diferencia de su fallecido hermano Juan , mantenía buenas relaciones personales y de trabajo con el Comisario Lorenzo Montalvo que le confió la supervisión de la fabricaciónn de importantes buques en el astillero habanero.

La construcción del Arsenal comenzó en 1713, cuando se le propuso a la Corona española fabricar 10 grandes navíos de guerra que protegerían los mercantes del sistema de flotas. Para el establecimiento de esta primera industria fue de vital importancia sin dudas la abundancia de maderas de amplia calidad, que justificaría el papel representado por los astilleros cubanos durante los siglos XVII y XVIII. Menos de un siglo después del descubrimiento ya aparecía en informes oficiales y privados junto a naves famosas, como prueba de su calidad, el comentario "criolla de La Habana". Muchas de ellas sirvieron como ´´Nao almiranta ´´ de las flotas, o como el famoso galeón Nuestra Señora de Atocha que sirvió de capitana de la armada de guarda de la Carrera de las Indias. El arsenal tras varias mudadas fue ubicado definitivamente muy próximo al corazón de la ciudad, al costado sur de la muralla. Por el este, el camino de los Ejidos lo separaba de un sector de la muralla, donde estaba la puerta de La Tenaza. Por el norte, limitaba con la Calzada del Arsenal, denominada así desde entonces, y por el suroeste, por una pequeña senda. Su límite sureste era el litoral de la bahía.

Ahora Antonio se encontraba parado frente a las gradas del astillero en las que un ejército de carpinteros de ribera capitaneados por el diestro pardo Benito, esposo de la comadre Domitila, se afanaban en adelantar la construcción de los navíos San Carlos de 80 cañones y Santiago de 60.

El Arsenal contaba con unos 250 trabajadores, entre carpinteros de ribera y maestros de obra especializados en la construcción naval; eventualmente, se empleaban algunas decenas de esclavos en labores que no requerían calificación, o cuando se construían varios navíos de forma simultánea y el tiempo apremiaba para entregarlos. Tal era precisamente la situación que gravitaba en esos días sobre don Pedro de Acosta y su equipo del Arsenal, pues todos sabían que en cualquier momento podían romperse las hostilidades entre España eInglaterra. Concluída la inspección de los trabajos, acompañado de Benito, don Pedro se acercó a su hijo y pasándole un brazo por encima de los hombros le dijo refiriéndose a los cascos de los barcos que tenían frente a éllos: ¿verdad que son hermosos hijo mío?. Un día no lejano, si Dios quiere, zurcarán orgullosos los mares y traerán nuevas victorias para el Imperio español.

¿No te gustaría ser capitán de uno de esos navíos?. Sin esperar respuesta del joven Antonio añadió:toda mi vida soñé con ser un oficial de la marina de guerra de su Majestad, pero el destino me llevó a ser asentista y constructor de naves. Por un tiempo pensé que tu gallardo tío Pablo lo sería , pero primero su matrimonio, luego el nacimiento prematuro de tu primo Rodriguito, y por último, el inesperado fallecimiento de su esposa Ana lo impidieron. Por eso, me agradaría mucho que antes de morir pudiese ver algún miembro de la familia vestir el honroso uniforme de guardiamarina.¿ Y quién mejor que tú Antonio para hacerlo?.

Viendo que su hijo no se decidía a contestar don Pedro le dijo a Benito: parece que a éste le han comido la lengua. Mejor vamos a supervisar como va el montaje de esas cuadernas del San Carlos que tienen problemas. Se disponían a subir al casco cuando un recadero se les acercó para avisarles que el Comisario Lorenzo Montalvo lo estaba citando para una reunión urgente con el Gobernador de la isla Juan de Prado que tendría lugar esa tarde en el Castillo de La Real Fuerza.

Este castillo era la fortaleza más antigua de Cuba. Su construcción se inició el primero de diciembre de 1558, dentro del espacio que ocupaba la primitiva plaza de la villa, frente al canal de entrada de la bahía, donde se alzaban las casas del cabildo, del gobernador y de los principales vecinos. La planta del Castillo era un cuadrado dividido en nueve partes iguales que rematan cuatro bastiones regulares. Alrededor, un foso limitado por el muro perimetral. Su perfecta simetría recordaba las construcciones renacentistas italianas y francesas del siglo XVI; aunque los volúmenes de la masa arquitectónica y su aislamiento lo acercaban a la tradición medieval.

A partir de 1588 se iniciaron las ampliaciones en la planta alta, destinadas a vivienda de los gobernadores y, hacia 1630, se agregó un piso a la torre sobre el ángulo del baluarte suroeste. Allí se colocó como veleta, una escultura fundida en bronce y creada por Jerónimo Martínez Pinzón, "La Giraldilla", la más antigua figura de su tipo que se conocía en Cuba. Además de residencia de los capitanes generales y gobernadores de Cuba, el Castillo de la Real Fuerza de La Habana servía para guardar el oro, la plata y otras mercancías de valor que llegaban en tránsito hacia España, por lo que la plaza era una joya muy preciada de la corona hispana.

En virtud de ello, antes de que su país se viese envuelto en el conflicto europeo y el resto del mundo, el Rey Carlos III de España tomó medidas para proteger las colonias españolas de la marina inglesa. En 1760 Francisco Antonio Cagigal de la Vega fue relevado de su cargo de Capitán General de Cuba cuando éste año se trasladó a Nueva España, para sustituir al virrey Agustín de Ahumada, marqués de las Amarillas, recién fallecido. A Cagigal lo sustituyó interinamente Pedro Alonso, y ya el 13 de mayo de ese mismo año Carlos III había designado a Juan de Prado Portocarrero como gobernador y capitán general de la Isla, advirtiéndole que preparara La Habana para la defensa, pues era de esperar un conflicto con Inglaterra. En su juventud Prado se incorporó al ejército, donde se destacó, por lo que obtuvo el grado militar de mariscal de campo. Alcanzó a su vez el título de Marqués del Real Transporte. Prado era por tanto un hombre valiente y en términos generales estaba bien preparado para ser Gobernador de una plaza en tiempos de paz, pero no era un estratega y adolecía de cierta proclividad a la indecisión ante los grandes retos, lo que había hecho dudar al Secretario de Estado Ricardo Wall sobre lo acertado de su designación.

Lo cierto es que Prado Portocarrero dejó pasar casi 9 meses antes de ocupar su cargo el 7 de febrero de 1761, en cuyo período tuvo que mantenerse como Gobernador interino Pedro Alonso. A lparecer no estaba muy apurado en venir para la Isla, pues esa fue una época en que se temía ya el ataque directo de los ingleses que ansiaban tomar a Cuba. En el mes de junio de 1761 una flotilla de siete buques de línea bajo las órdenes del Almirante Gutiérrez de Hevia llegó a La Habana transportando dos regimientos de infantería (España y Aragón) contando un total de 1000 hombres. Iba investido con el cargo de Comandante General de las escuadras de América, teniendo bajo su mando 14 navíos y seis fragatas en La Habana, tres navíos y una fragata en Santiago de Cuba, un navío y dos fragatas en Veracruz, tres navíos y una fragata en Cartagena de Indias, para un en total de 21 navíos de línea y 10 fragatas.

Prado Portocarrero vino acompañado de los hermanos ingenieros militares franceses Francisco y Baltasar Ricaud para iniciar las obras de fortificación de "La Cabaña", con vistas a la bahía, y hacer mejoras en el Castillo del Morro. Sin embargo, el gobernador no estuvo muy apurado en ello, y además ese mismo año, la ciudad fue golpeada por una epidemia de vómito negro que causó numerosas víctimas entre la población urbana. La fuerza laboral estaba tan diezmada que el trabajo de las fortificaciones se postergó, y solo se encargaron de estudiar los planos de las obras.

A lo largo de ese año, y durante la primera mitad de enero de 1762, Prado recibió abundante información de que su plaza estaba a punto de ser atacada por una considerable fuerza británica, pero tampoco desplegó la actividad necesaria para cumplir la misión que su rey le había encomendado.

Ya reunidos en la terraza superior del castillo de la Real Fuerza el Gobernador se dirigió a los presentes entre los cuales estaban el Teniente Rey Dionisio de Soler, el Almirante Gutiérrez de Hevia, el Comisario de Marina Lorenzo Montalvo, el Dr.Pedro José Beltrán de Santa Cruz y Calvo de la Puerta, alcalde ordinario de La Habana desde el 1º de enero de ese año, el asentista naval mayor don Pedro de Acosta, el auditor de guerra, D. Martín de Ulloa, el secretario del gobernador D. José García Gayó y los ingenieros Francisco y Baltasar Ricaud, diciéndoles: Señores míos, he convocado a esta Junta para informarles que en un combate naval al norte de la Española fue apresado recientemente un buque corsario inglés cuyo capitán reveló que los herejes británicos están preparando una poderosa escuadra para atacar diversas posiciones de las coronas de España y Francia en América, figurando entre sus objetivos la isla de Martinica y San Cristóbal de La Habana. Personalmente no creo en estos rumores que más parecen una burda maniobra de distracción. "Deplorablemente, yo no tendré la suerte de que los ingleses nos ataquen". Pero el comandante de las fuerzas navales francesas estacionadas en el Cabo Haitiano ha enviado un oficial de enlace para informarme del asedio de la Martinica, en donde se sabe participa el general Monckton con un ejército y escuadra poderosos. Al respecto solicita que le enviémos ayuda naval para repeler este ataque.

Como se imaginan, no estoy para perder el tiempo atendiendo solicitudes de este tipo que estoy convencido nosirven para nada. Además, todavía nuestro augusto Monarca Carlos III no nos ha comunicado que estemos en guerra con Inglaterra. Por ello prefiero concentrarme en valorar con ustedes como van los preparativos de defensa de la plaza y la construcción de nuevos navíos de guerra en el Arsenal habanero.

Seguramente conocen que su Majestad Carlos III me encargó muy particularmente la reparación y fortificación del recinto de La Habana y que tomase antes que todo el mayor empeño en levantar un castillo en las alturas de la Cabaña, cuya necesidad manifestó mi antecesor Cajigal.

A ver ingenieros, expresó dirigiéndose a los dos hermanos franceses. Infórmenme ¿por qué están retrasadas las obras de fortificación de la loma de La Cabaña?.

Bien, contestó Baltasar Ricaud, varias son lascausas de ello. En primer lugar, sabe bien su Excelencia que nos encontramos sin recursos bastantes en La Habana para emprender la costosa obra de las fortificaciones que se nos han encargado. Además, las calamidades que abrumaron a la población con el azote espantoso del vómito negro en el verano pasado, nos arrancaron gran número de brazos y otros medios con que hubiéramos podido contar en circunstancias menos azarosas. Comprendo, comprendo, reflexionó el Gobernador con muestras de resignación, ¡contra Dios y la naturaleza no se puede!.

Y usted señor Comisario Real, ¿nos puede dar alguna noticia más reconfortante sobre la actividad que dirige?

Su Señoría, prefiero que sea el asentista jefe quién nos brinde una panorámica sobre la labor del Arsenal. Durante más de una hora, don Pedro de Acosta ilustró a los presentes sobre el estado constructivo de los barcos que estaban en las gradas del astillero habanero, las necesidades más perentorias del Arsenal y sus posibilidades futuras.

Por su parte el Teniente Rey explicó que la defensa de la ciudad estaba a cargo del regimiento de infantería de la Habana mandado por el coronel Alejandro Arroyo y compuesto por cuatro batallones de seis compañías con una fuerza total de 856 soldados sin contar oficiales y los destacamentos destinados en diferentes puntos de Cuba y La Florida. El segundo batallón del regimiento de infantería España al mando del teniente coronel Feliú formado por nueve compañías con 645 soldados sin contar oficiales. El segundo batallón del regimiento Aragón mandado por el teniente coronel. Panés Moreno formado por nueve compañías con 636 soldados sin contar oficiales. El cuerpo de dragones de la Habana que estaba repartido por diferentes destinos estando en la Habana una fuerza de cuatro compañías compuestas por 54 soldados a caballo y 21 a pie. Los Dragones de Edimburgo formado por 200 a caballo sin contar oficiales.

No menos precaria era la situación de la artillería. Se consideraba que para una buena defensa de la ciudad eran necesarios 595 cañones, disponiéndose solo de 340 de los cuales únicamente 107 estaban totalmente operativos. A estos se sumaban 69 que envió el Virrey de Nueva España y 171 artilleros divididos en dos compañías.

Después de ventilar algunas otras incidencias administrativas, el Capitán General consideró oportuno dar por terminada la reunión diciendo con gran solemnidad que a Pedro de Acosta pareció algo artificial: Señores, , ordeno adoptar las siguientes medidas. ¡Escribano levante acta de lo que voy a decir!: activar solo las obras de defensa que en esta etapa se consideren útiles a la ciudad, dictar providencias públicas y secretas para conocer el número de hombres que hay en la Isla capaces de tomar las armas, y celebrar una junta con los jefes militares y oficiales de graduación residentes en La Habana, auxiliándonos del consejo de los generales conde de Superunda y don Diego Tabares, que casualmente se encuentran en la ciudad de paso para España. Por último, para aumentar las fuerzas combativas, las villas y colonias de la región deberán enviar suficientes refuerzos.

Su señoría, ¿No va a especificar la cantidad?, preguntó el escribano.

Por ahora no, tal vez más adelante. No deseo alarmar por gusto a los alcaldes del interior, contestó Prado negligentemente. Bueno, concluyó el Gobernador secándose el sudor de la frente con un blanco pañuelo. Creo que nos hemos ganado un sabroso refrigerio. Así que les invito a pasar a mi comedor privado para compartir unas golosinas y una copa del mejor jerez.

Al marcharse , don Pedro de Acosta tenía la sensación de que en vez de mejorar, la defensa de San Cristóbal de La Habana se encontraba en un punto muerto, o lo que era peor, se encaminaba hacia un verdadero desastre si a los ingleses se les ocurría atacar, aunque tenía la esperanza de que ello no sucediese.

Mas o menos a esa misma hora, a solo unos pasos del Castillo de La Real Fuerza cruzando la Plaza de Armas, después de oficiar la santa misa en la Iglesia Parroquial Mayor de La Habana, , el obispo Pedro Agustín Morell se disponía a continuar sus actividades cotidianas que incluían, además de visitar piadosas obras benéficas que apadrinaba y sus acostumbradas clases de catecismo a pobres y desamparados, trabajar hasta muy tarde en la redacción de importantes tratados de historia. Sin duda el obispo Morey era un santo, pero también era un erudito y un buen patriota.

Después de guardar las finas vestiduras litúrgicas y su báculo en el vetusto armario de cedro de la sacristía y colocar el precioso misal con ornamentadas tapas de plata en su atril, se dirigió hacia el pórtico del Santuario, muy deteriorado por esta época, a consecuencia de la explosión en el puerto del navío Invencible, provocada por la caída de un rayo en su pañol de pólvora el 30 de junio de 1741. Cerca de la entrada un grupo de impertinentes beatas le esperaba para acompañarlo en su diario recorrido. Ahora, sin poderlo evitar, escuchaba con insuperable paciencia, la interminable letanía de conocidas quejas que estas arpías de costosas peinetas y bordadas mantillas, volcaban en sus abrumados oídos contra las inmoralidades y perversiones imperantes en la ciudad,cuando se le acercócon mucho misterio el diácono Mateo, su eficiente secretario personal, comunicándole que una visita muy importante le aguardaba en la casa del Obispado. Morey de Santa Cruz respiró aliviado y dio gracias al cielo por aquella intervención divina que le salvaba del tormento de seguir atendiendo a las mujeres que le rodeaban. Se despidió de ellas con marcada cortesía y se encaminó con paso resuelto hacia el Palacio Episcopal en la aledaña calle de los Oficios. El obispo era muy querido y respetado en la ciudad, por lo que durante el corto trayecto recorrido hasta su residencia, recibió múltiples muestras de afecto de las personas con las que se cruzaba.

Pedro Agustín Morell de Santa Cruz y de Lora fue nombrado en 1754 obispo de Cuba. Como autoridad eclesiástica se preocupaba por brindar protección a los sectores marginados de acuerdo con los patrones clásicos de la caridad cristiana. De temprana vocación religiosa, Morell pasó a Cuba en 1718, y en La Habana el Obispo Jerónimo Valdés le confirió la tonsura y los grados eclesiásticos hasta el sacerdocio. En diciembre de 1718 el obispo Valdés solicitó su nombramiento como Provisor y Vicario General de la diócesis de Cuba, aprobada poco después. El 2 de diciembre de 1719 fue nombrado Deán de la Catedral de Santiago de Cuba. Como tal, se le encomendó la organización de la catedral y de la Iglesia en toda la región oriental del país. Todas las autoridades coincidían en destacar la notable labor organizativa, pastoral y social de Morell en los años posteriores, incluyendo su vínculo con los descendientes de aborígenes que habitaban el pueblo de San Luis de los Caneyes y los esclavos del pueblo minero de El Cobre. En 1729, al declararse vacante la sede episcopal por muerte del obispo Valdés, Morell fue nombrado Gobernador Eclesiástico del obispado. En esa condición medió en la sublevación de los cobreros de las minas de Santiago del Prado en julio de 1731, asumiendo una actitud crítica ante la posición del gobernador de Santiago de Cuba, en cuyas medidas contra los cobreros encontraba las causas de la sublevación.

En junio de 1753 Morell recibió la noticia de su nombramiento como obispo de Cuba y regresó a la Isla a comienzos de 1754. Como sus antecesores, fijó su residencia en la ciudad de La Habana, desde donde podía ejercer mayor influencia sobre la vida de su jurisdicción episcopal. Utilizando los medios con que podía contar, intentaba brindar cierta protección a los sectores marginados de acuerdo con los patrones clásicos de la caridad cristiana.

A diferencia de sus antecesores, intentaba promover la educación para los pobres. Durante su visita pastoral fundó a sus expensas, en aquellas villas que carecían de centros de estudios, escuelas para niños y niñas. Nadie, antes de Morell, se ocupó de llevar la enseñanza a los indios de Jiguaní y El Caney. También intentó crear una universidad en el oriente del país, aunque las gestiones fueron fallidas.

El interés de Morell por la historia de Cuba, en particular la eclesiástica,era bien conocido. Antes de 1750, culminó la elaboración de su primera obra titulada "Relación histórica de los primitivos Obispos y Gobernadores de Cuba". Las profusas observaciones acerca de la sociedad de la época, realizadas durante la visita pastoral de 1754 - 1757 le permitieron la elaboración de un informe bajo el título de "La visita eclesiástica". Este trabajo constituía una de las más importantes fuentes de información acerca del estado de la Isla de Cuba a mediados del siglo XVIII. Hacia 1760 Morell concluyó su "Historia de la Isla y Catedral de Cuba", tal vez la más destacada de las que escribió.

En 1758 Pedro Agustín Morell de Santa Cruz adquirió en la calle de los Oficios la casa contigua al primer colegio de niñas de La Habana, fundado entre 1686 y 1690, en el edificio que hace esquina frente a la Plaza de Armas, por el obispo Diego Evelino de Compostela bajo la advocación de San Francisco de Sales, para beneficiar a niñas pobres y huérfanas. En el inmueble de 2 plantas con zaguán, el clásico patio interior de las casas coloniales habaneras y habitaciones que rodean el patio, Morell levantó el Palacio Episcopal.

Una vez en el sobrio edificio de la llamada popularmente "Casa de los Obispos", Morell se encaminó directamente hacia su despacho en la segunda planta , pidiendo a su secretario que trajesen algún refresco de frutas y un café bien caliente para él y su visita.

Al penetrar en su habitación de trabajo que estaba llena de libros y documentos por todas partes, recibió el saludo de un joven sacerdote de la controvertida Compañía de Jesús, que con humildad inclinándose besó el anillo que usaba el obispo en su diestra. Morell devolvió el saludo con un fraternal abrazo expresando: ¡que la paz de Dios sea contigo querido hermano!. ¿De dónde vienes y en que puedo ayudarte?.

Me llamo Francois y me envía el Superior de la orden en la Martinica aunqueahora se encuentra temporalmente en La Española, para entregarle esta comunicación confidencial, dijo con marcado acento francés, mientras extraía un sobre lacrado del interior de su negra sotana.

Extrañado un poco de este proceder, Morell tomó el sobre invitando al jesuita a sentarse , mientras leía el escueto documento.

A: Monseñor Pedro Agustín Morell de Santa Cruz y de Lora

Ilustrísimo Obispo de la isla de Cuba

San Cristóbal de La Habana.

A la vez que me inclino con humildad ante vuestras plantas, considero mi deber ante nuestro Señor Jesucristo, ponerlo al corriente sobre los planes de los perversos herejes ingleses de atacar por sorpresa la villa en que reside vuestra distinguida Merced, para lo cual el general Monckton desembarca en la ínsula de Martinica de la que hemos debido escapar com premura, numerosas tropas, artillería y vituallas con el apoyo de muchos buques de guerra. No se sabe con precisión la fecha del ataque contra San Cristóbal de La Habana, pero entre la soldadesca se rumora que pudiese ser a principios de este verano.

En espera que este aviso inspirado por nuestro Salvador sea de utilidad, le saluda con respetuosa admiración.

Jean-Baptiste

Superior de la Compañía de Jesús

Ad maiorem Dei gloriam

En La Española, a 5 de enero de 1762.

Una vez leído el preocupante mensaje, el obispo Morell vaciló unos instantes valorando si debía creer o no en lo que afirmaba. ¿Por qué los jesuítas franceses estaban tan interesados en ayudarlos?. Conocía perfectamente que incluso en el seno de la madre iglesia tenían, fama de peligrosos intrigantes y conspiradores. Tras una breve conversación con el joven sacerdote, el obispo le preguntó: ¿Por qué nos ayudáis de esta forma hermano?.

Muy sencillo Monseñor, contestó éste. Los herejes ingleses son los enemigos jurados del catolicismo. Por tanto debemos estar unidos y alertas para vencerlos. ¡Tal fue la misión que nos encomendó nuestro padre fundador San Ignacio de Loyola!.

Convencido por la sinceridad de estas últimas palabras, tocó una campanilla de plata que tenía sobre su mesa de trabajo para llamar a su secretario que se presentó de inmediato.

¿Qué se ofrece a su excelencia?.

Mateo, corre al Castillo de la Fuerza y comunica al Capitán General que necesito verlo con urgencia. ¡Dile que es de vida o muerte!. ¡La Habana está en peligro!.

CAPITULO IV

UNA TARDE CON LOS ACOSTA

La residencia de don Pedro de Acosta era bastante amplia y bien ventilada aunque no tan lujosa como por ejemplo el palacete de los Montalvo en la calle de los Oficios esquina a San Salvador de Orta. Por el grosor de sus paredes, sus macisas puertas y ventanas de color añil y elevado techo, con gruesas vigas talladas en duras maderas cubanas, parecía una fortaleza capaz de resistir el más feroz de los cañoneos.

La sala de la casa, además de tener lucetas de vidrio que dejaban pasar la luz del sol, estaba amueblada con sólidas butacas de caoba , de tosca factura, pero que podían durar una eternidad.

En las paredes pintadas con cal, colgaban dos viejos grabados con las imágenes de buques de guerra construídos en La Habana.

Un par de panoplias situadas a los lados de la monumental entrada mostraban a los visitantes una colección de sables, espadas, dagas, hachas de abordaje y pistolas de varios tipos que pertenecían a diferentes miembros de la familia.

Además, en una rústica consola ubicada en un costado de la sala descansaba sobre soportes el modelo a escala de la primera fragata que el asentista había construido en el Arsenal. Dos antiguos candelabros de bronce para cuatro bujías cada uno completaban el sobrio adorno de la estancia.

El comedor tenía una larga mesa de roble para doce comensales, que hacía juego con un aparador de esa mismamadera para la vajilla en el que solo figuraban coloridos platos de cerámica de Talavera de la Reina que pertenecieron a Juan de Acosta el líder de la estirpe.

Eso sí, por sus anchos ventanales que se abrían en los días de calor, uno podía disfrutar del agradable fresco proveniente del patio central de la casa, en el que sobresalían un aljibe artesanal, un antiguo reloj de sol sobre un pedestal de granito, canteros en los que crecían tupidas enredaderas, malangas de grandes hojas y otros arbustos tropicales, así como dos floridos buganviles que creaban una umbrosa atmósfera.

Alrededor de este patio, había dos galerías techadas sostenidas por robustas columnas de cuyos aleros colgaban numerosos maceteros con plantas ornamentales, a los que daban, del lado izquierdo la cochera y las habitaciones de la escasa servidumbre, y a la derecha, los cuartos destinados a la administración de los negocios, el despacho de los Acosta y la biblioteca.

Cerrando este rectángulo, estaban la cocina siempre llena de hambrientos gatos en espera de las raciones de comida que les daba Nana Inés, la despensa, una perrera en que vivían Sultán, Niño y Chiqui los sabuesos preferidos de don Pedro que era fanático de la caza, los lavaderos, y los retretes.

Gracias a los mencionados felinos, las ratas y ratones que por entonces pululaban en las casas habaneras, se mantenían a prudencial distancia.

En el segundo piso se encontraban los dormitorios de la vivienda, al que se ascendía por una escalera de madera , aunque todos sabían de memoria que estaba prohibido penetrar en el cuarto matrimonial del cabeza de familia.

Don Pedro de Acosta no era un hombre tacaño, pero sí muy ahorrativo, y por encima de todo aborrecía la ostentación y la frivolidad. Por ello, en su casa todo respondía a un fin práctico más que a la comodidad.

A diferencia de él, su hermano Pablo al que esperaban para almorzar, se comportaba y vivía como un refinado aristócrata francés. Siempre andaba vestido como para una fiesta con empolvada peluca, casaca bordada de seda, blanca camisa de hilo de anchos vuelos en las muñecas de sus mangas, ajustados calzones y finas medias, costosos botines y sobre todo, una afilada espada toledana con guarda dorada que llevaba colgada de un precioso tahalí, y que empuñaba para batirse en duelo a la menor ofensa.

De buena estatura, nariz aguileña, fuerte complexión física y cautivador hablar, lo mismo en la lengua de Molière cómo en las de Dante y Cervantes, era el centro de la atención de todas las damas casaderas de la ciudad, sobre todo al enterarse de su reciente viudez. Había culminado sus estudios de construcción naval en Francia deslumbrando a los salones parisinos con su elegancia y caballerosidad, que hicieron suspirar de amor a más de una marquesa.

Allí aprendió a comer con platos y cubiertos de plata, adquiriendo a su regreso a Cuba, una valiosa vajilla de este metal fabricada en la Nueva España, que usaba en su hogar. A pesar de las constantes críticas de su hermano Pedro, inculcaba desde pequeño estos hábitos a su hijo Rodriguito para el que deseaba, según afirmaba, labrar un gran futuro.

Como don Pedro no disponía de mayordomo, y no tenía más servidumbre que la Nana Inés, su cochero el taita Simón y una sirvienta contratada que se ocupaba de la limpieza de la casa y poner la mesa, su hijo Antonio se encargó ese día de recibir a su tío don Pablo y a su pequeño primo Rodriguito, a su llegada a la hora del mediodía.

Pablo de Acosta era un ingenioso constructor naval en los astilleros del arsenal de La Habana, actividad que compartía con sus deberes como oficial de las milicias urbanas. Tras dar un cariñoso abrazo a su sobrino, con largas zancadas cruzó el espacio que les separaba del comedor y luego del despacho de su hermano Pedro, mientras su vibrante voz se dejaba escuchar en toda la casa: a ver hermanito, ¿qué nos tienes preparado hoy para la mesa?. Espero que no sean tus habituales patos y guineos salvajes en salza ¡que ya me tienen un poco aburrido!.

Mientras don Pablo conversaba con su hermano en espera de poder sentarse a la mesa, el pequeño Rodriguito que a la sazón tenía apenas 7 años, se dirigió hacia la cocina para ver si la Nana Inés le adelantaba una de sus sabrosas frituras de malanga. Viendo que salvo besos y caricias la buena negra nada le daba, trat´ó de sustraer furtivamente una de estas golosinas de la bandeja en que estaban. De repente una mujer de unos 50 años de edad que decía llamarse Concepción, al ver lo que hacía el mocoso lo regañó diciendo: Rodriguito, las cosas no se toman sin permiso aunque sea el señorito de esta casa. ¡No le han enseñado a su merced, a pedir de favor y dar las gracias por lo que recibe!.

Intimidado por esta inesperada reprimenda, Rodrigo corrió para la perrera en donde Sultán al olfatear su presencia, comenzó a gimotear de alegría sacando su enorme cabeza por entre los barrotes de la reja para lamer las manitas del niño, al que quería tanto como a su amo, pues al infante le gustaba jugar con el perro correteando por el patio tras una pelota de trapo. Al concierto canino pronto se unieron los ladridos de los otros sabuesos creando un gran escándalo.

El muchacho se disponía a abrir la cancela de la perrera para que Sultán saliese, cuando se dejó escuchar la voz de Nana Inés que airada le gritaba desde la cocina: Rodriguito, ¡estás loco!, que haces por dios!. Tu tío don Pedro te va a regañar. Lávate las manos y ve rápido para el comedor que te están esperando.

Siendo un hombre de costumbres espartanas, la mesa de don Pedro de Acosta generalmente no era muy abundante y menos variada, pero hoy, para alegría de Antonio todas las reglas se habían roto. Deseando agasajar a su querido hermano había decidido como se dice "botar la casa por la ventana".

Sobre la mesa se alineaban las bandejas repletas de carne de cerdo asada y exquisitos pescados a la plancha y rellenos, entre los que sobresalía un delicioso pargo recién pescado, así como aves de corral adobadas de diferentes formas, acompañadas de viandas y verduras de estación. Estos manjares eran degustados en compañía de excelentes vinos, pues si don Pedro era parco con los alimentos, sí apetecía tomar una buena copa de los más selectos licores.

Durante el almuerzo los hermanos trataron diversos asuntos de la economía familiar entre ellos la marcha de los negocios de don Pedro como asentista y los recientes gastos tenidos por su hermano Pablo al reparar y acondicionar la vivienda que adquirió en la calle Mercaderes. Sin embargo, la conversación poco a poco fue girando hacia la situación política y económica del país, así como en relación con la amenaza que pendía sobre la isla de un eminente ataque de los ingleses.

Al respecto, don Pedro le preguntó a su hermano que pensaba hacer en caso de que la ciudad fuese sitiada por los herejes ingleses. Sin vacilar Pablo le contestó: que piensas que haré hermano, combatir como el más esforzado de los soldados, pues mientras los aborrecidos casacas rojas se encuentren en la sagrada tierra cubana, mi espada no descansará en ponerlos bajo tierra.

No era que don Pablo fuese un jactancioso bravucón o se las diese de valiente. Muchas veces había demostrado en el campo del honor e incluso en desiguales batallas que por encima de su elegancia y refinamiento, era un hombre de armas tomar. se contaba que de regreso a La Habana el bergantín francés en que viajaba fue atacado en medio del mar por un buque corsario inglés. Después del cañoneo de rigor, los británicos pensando que la desarbolada nave se rendiría al primer ataque, decidieron emprender el abordaje de la presa, pero para sorpresa de los desalmados piratas se toparon con una fiera resistencia de los marinos franceses que comandados por don Pablo, ya que el capitán de la nave se encontraba malherido, arremetieron contra la chusma inglesa con tal fuerza y decisión que después de una enconada lucha, lograron rechazar a los pocos asaltantes que quedaban vivos. Al concluir la refriega la cubierta del bergantín se encontraba repleta de cadáveres de los enemigos.

A su arribo a La Habana, Pablo de Acosta fue recibido como un héroe , siendo felicitado por el cónsul francés quien envió carta a su Monarca proponiendo se le otorgase al valiente criollo una condecoración que nunca recibió.

Con tales credenciales era lógico que para su sobrino Antonio, el valeroso don Pablo fuese un ideal a imitar, por lo que no perdía oportunidad para conversar con él sobre sus múltiples aventuras, así como practicar bajo sututela la esgrima. Con frecuencia se escapaba de sus clases en la Universidad de La Habana para ir al campo con su tío para adiestrarse en el manejo de las pistolas y mosquetes, que disparaban sin ahorrar pólvora contra improvisadas dianas a fin de afinar la puntería.

Otras veces acudía a los entrenamientos de la compañía de milicias que comandaba su tío para participar con los peninsulares pobres, pardos libres y mestizos que lo integraban en agotadores ejercicios bélicos que le hacían regresar a casa sudoroso y mugriento para disgusto de su padre que no se cansaba de recalcarle: Antonio , no te he educado y pago tus estudios, para que andes revuelto con esa banda de pordioseros que comanda tu tío. A él le gusta sentirse como si fuera un Julio César o el Gran Capitán ante sus desarrapados soldados, pero tu no serás un militar, sino un próspero asentista como yo.

Fue en una de estas ocasiones cuando conoció a su novia Raquél. La agraciada joven de 18 años, había acudido al campo de entrenamiento cercano al castillo de La Punta para llevar unos alimentos a su padre, un andaluz que trabajaba como maestro fundidor de cañones en el Arsenal.

Nunca supo si fue el destello de sus bellos ojos negros, sus delicadas formas, su piel sonrosada o su larga cabellera color de ébano lo que hizo que se enamorara de la doncella a primera vista. Tal vez fuera el aura mística que emanaba de toda su persona y su sugestivo nombre bíblico lo que facilitara la atracción. El caso es que vencida la natural timidez de los encuentros iniciales y conseguida la autorización del padre de la muchacha que veía con buenos ojos una beneficiosa unión con el heredero de su jefe Pedro Acosta, los enamorados se embarcaron en una apasionada relación digna de ser cantada en los más eróticos romances.

De ello nada sabía el pobre don Pedro que creía que su hijo invertía las tardes en sus cestudios universitarios. En cambio don Pablo estaba enterado de todo y apadrinaba a su sobrino facilitándole medios y consejos para llevar adelante los furtivos encuentros con su amada. Nada extraño, en lances de amor don Pablo era tan diestro como con la espada.

No era un secreto para nadie en San Cristóbal de La Habana que después del fallecimiento repentino de su esposa Ana, hacía tres años, don Pablo había tenido varios amoríos. Al principio de su viudez guardó un impecable luto dedicándose en cuerpo y alma a la crianza de su pequeño hijo de cuatro años. Pero cuando éste cumplió los seis, se desató en el galante criollo una fiebre de sistemáticas conquistas que le estaban labrando una reputación de Don Juan empedernido.

Primero cayó en sus redes una rica solterona, de apetecibles curvas nada despreciables de la familia de los O'Farrill. A continuación una tierna sobrina del conde de Bayona se añadió a lalista que fue completada con gráciles representantes del sexo femenino de las encumbradas casas del Marquesado de San Felipe y Santiago, así como los Cárdenas, Peñalver y Buena Vista,. ,. Ello sin contar algunas alegres costureritas y voluptuosas mestizas que encontraron consuelo en sus varoniles brazos.

Sin embargo, para ser consecuentes, se debe reconocer que a diferencia del Tenorio de la literatura, don Pablo nunca ponía sus ojos en mujeres casadas y menos en devotas monjitas por las que sentía un gran respeto.

Claro, tales andanzas provocaban la condena desde los púlpitos de las iglesias de indignados sacerdotes y prelados que lo tachaban de pervertido sátiro e hijo de Lucifer, y más de una vez su acero fue desenvainado para responder al reto de un ofendido padre o hermano que exigía la reparación del honor de la supuesta víctima con su adorable cabeza. Por las calles de la villa se rumoreaba que más de un buen cristiano descansaba en paz, abatido por una de las imparables estocadas que tenía don Pablo en su repertorio de consumado esgrimista.

No obstante, estas anécdotas más parecían fantásticas leyendas de viejas chismosas y borrachos de los lupanares del puerto pues nunca las autoridades de la ciudad lo molestaron para pedirle cuentas por la sangre supuestamente derramada. Cierto es que también se decía, que algunas abultadas bolsas rellenas de relucientes doblones de oro, entregadas oportunamente por el victimario a jueces y parientes de los occisos, acallaban sus reclamos haciéndoles olvidar lo sucedido.

Por último, los escépticos que nunca faltan, afirmaban que todas estas historias de conquistas amorosas , lances de honor por las madrugadas y combates en el mar con los corsarios ingleses , eran solo burdas fábulas para tontos e ingenuos que el ingenioso criollo difundía para acrecentar su inmerecida fama, pues para empezar, ninguna de las hijas de las encumbradas casas aducidas, se fijaría jamaz en un constructor de barcos sin prosapia ni alcurnia.

A diferencia de su hermano, don Pedro mantenía la más casta de las costumbres desde que su idolatrada esposa Elena Guzmán falleciera cuando su hijo Antonio tenía 10 años, a consecuencia de un accidente sufrido al caer del caballo en el que practicaba la equitación en la pequeña finca de recreo que tenía a las afueras de La Habana la familia de los Acosta. Por ello no era raro ver que mantuviese la más crítica de las opiniones hacia la conducta de don Pablo que no vacilaba en calificar de disoluta.

Pero a ello, el aludido respondía riendo que no había nacido para ser monje de clausura y que su masculinidad Dios se la dio para usarla y no para tenerla de adorno.

Tal era la conversación entre los dos hermanos una vez concluido el suculento almuerzo, mientras tomaban una taza de café bien caliente. Varias veces Rodriguito se había asomado a la sala para escuchar con curiosidad la charla de sus mayores, pero a una indicación de don Pedro, su hijo Antonio se lo llevó para la cocina para que Nana Inés le diera unos dulces o le contara uno de sus exóticos cuentos africanos, en los que un jigüe de los campos siempre le hacía maldades a los niños que se portaban mal. Pero el inquieto Rodriguito, al cabo de unos minutos, aburrido de estas historias mil veces escuchadas, prefirió correr hacia donde estaba Sultán, improvisando una espantosa perreta que obligó a su primo Antonio a soltar al noble sabueso para que jugara con el muchacho. Era de ver el intenso amor y la empatía que sentían el uno por el otro. Muchas veces el niño había pedido a su tío que le regalara el inteligente can para convertirlo en su mascota, pero don Pablo no quería oir hablar de perros en su casa alegando que no tenían condiciones para mantenerlo, ya que Sultán estaba adaptado a las habituales cacerías de don Pedro, en las que el sabueso corría por las praderas detrás de aves y puercos jíbaros, disfrutando de su libertad. Eso sin contar las inevitables pulgas y otras suciedades que traería el animal a la casa.

Por supuesto que esta situación tenía muy frustrado a Rodriguito, por lo que don Pedro tratando de ser amable con su sobrino, lo dejaba retozar con Sultán en el patio largas horas , con lo que sin proponérselo, se estaba ganando el cariño del infante.

Mientras esta escena se desarrollaba en elpatio de la vivienda, en la sala la conversación entre los dos hermanos después de abordar durante un buen rato los asuntos relacionados con los amoríos de don Pablo, volvió a caer en el tema que era centro de preocupación en esos momentos de todos los habaneros, o sea , la posibilidad de un inminente ataque de los ingleses a la ciudad.

Al respecto don Pablo preguntó cuáles eran las últimas noticias que existían sobre ello, por lo que don Pedro creyó oportuno ilustrarlo sobre las informaciones y proyectos que había expuesto el gobernador de la isla durante la última reunión celebrada en el Castillo de la Real Fuerza.

Conocidas las vacilaciones e incongruencias de las medidas dispuestas por el capitán general, Pablo lo calificó de negligente y anodino, subrayando que de producirse un ataque de esta naturaleza, de seguro la ciudad sería tomada por los británicos .

Imagínate Pedro si este mediocre gobernador no es capaz de asomarse por la ventana de su residencia para ver que la loma de La Cabaña que tiene frente a sus ojos está totalmente desguarnecida, que se puede esperar de él. Acaso no le viene a la mente que cavando unas cuantas trincheras e instalando un par de cañones y morteros los ingleses sin ninguna dificultad le harán caer sus granadas sobre su hueca cabeza.

de esta forma la charla se centró durante un buen rato en la figura del nuevo gobernador de la isla, haciendo Pablo en su análisis de él astillas de un árbol que más bien le parecía un frágil pino, en vez del fuerte caguairán que seusaba para las quillas de los sólidos bajeles construídos en el arsenal habanero.

A eso de las cuatro de la tarde se presentó en la casa la comadre Domitila en unión de su hijo Bartolo que venían para ayudar a la Nana Inés a limpiar la vajilla utilizada durante el almuerzo. Este suceso aparentemente sin la mayor importancia, le daría un carácter especial inesperado a la velada. Sucede que el mestizo Bartolomé que por esa época tenía 9 años no era un muchacho cualquiera, ni siquiera se podía afirmar que fuese un niño malcriado, pues en su casa los padres lo llevaban con puño de hierro. Pero en la calle era otra cosa. Allí era lo que se puede llamar un pilluelo. Acostumbrado a los retos y expansiones del peligroso barrio de San Isidro en que nació, donde gracias a su valor a toda prueba y sus habilidades innatas para desenvolverse en los medios más controvertidos, A Pesar de su corta edad se estaba convirtiendo en un vencedor de las dificultades de la vida.

Al frente de una banda de chicuelos tan pillos como él, azolaba desde temprano los alrededores del arsenal, siempre vigilando para que su padre no lo viera, so pena de recibir una ejemplar "tunda".

En esas correrías no se salvaban de sus maldades ni los cabildos de nación ubicados en las cercanías de la muralla, en los que sustraían el dulce de coco y los tabacos ofrendados a los poderosos orishas yorubas, ni los antros del puerto, en los que más de una mujerzuela de mala vida corrió detrás de éllos gritando maldiciones al descubrir que habían arrojado un huevo podrido en el caldero de los frijoles o que estaban espiando con descaro a través de las rendijas sus desnudeces.

A Nana Inés que conocía bien el historial negativo del rapazuelo, no le agradaba para nada la presencia de Bartolo en la casa pero en esos momentos no podía hacer nada para evitarlo. Además tenía el temor de ofender a la buena de Domitila. ¿C´ómo una mujer tan decente como su comadre podía haber parido un demonio como Bartolomé?, se preguntaba la hacendosa negra.

Conversando al respecto con su amiga Concepción, ésta opinaba que una solución podía ser iniciar a Bartolo en la religión yoruba poniéndolo bajo la tutela de Changó , Ogún y Elegua para que lo controlaran. ¡A ese diablo no hay quien lo controle!, replicó Inés.

Claro para ello deber´íamos buscarle primero un buen padrino con experiencia en los rituales de la iniciación. Qué crees, ¿el taita Simón serviría para esto?. Pienso que no Concepción, ese negro es un jodedor que tira a relajo todo lo que se le encomienda.

Además, deberíamos realizar primero registros con las deidades para saber si el niño puede ser iniciado realmente.

En muchos casos no se logrará de forma inmediata la solución y será necesario más de un registro que se traducirá en una continuidad.

Esta continuidad será la que le indicará al Sacerdote, según sea el caso, que trabajos y acciones debe efectuar el interesado para lograr sus propósitos y vencer las dificultades. Y así en la medida de ese devenir, los Orishas y Oshas marcarán que se debe verificar sobre su espiritualidad.

Como sabes, son pocos los Odus que establecen que una persona debe ingresar a la Religión; asimismo existen Letras (odus) que indican que la persona no tiene "camino" religioso, o en otros casos que su trayectoria religiosa tiene un límite o tope.

Para ser iniciado necesitamos estar verdaderamente convencidos de que tiene el don, necesitamos comprobarlo, física y espiritualmente y tenemos que pensar muy bien si realmente es para esto, porque aun teniendo las capacidades, si es algo que no desea para su vida es mejor que no lo haga. Puede tener sus collares de protección y no necesariamente tiene que hacerse el santo. La Santería te ayuda si actúas con honestidad y eres respetuoso de ella,Ser iniciado y que se te entreguen los Santos que te corresponde es ante todo una bendición que debemos de agradecer cada día de nuestra vida con la mayor humildad, es también un privilegio y una gran responsabilidad que debes asumir con la convicción, el compromiso y la certeza de que no serás uno mas de tantos farsantes, mediocres a los que no les importa.

Esclarecidos estos detalles, luego procederíamos a la Misa de Coronación que en la Religión Yoruba es previa a la Coronación del Santo. Ya después de esta misa de coronación la persona esta lista para entrar al mundo santoral.

Mientras tales disquisiciones religiosas se realizaban entre las dos mujeres, después de ingerir los dulces que le diera su madre con la esperanza de mantenerlo entretenido un rato, viendo como el pequeño Rodriguito jugaba en el patio con el perro Sultán lanzándole una pelota que el fiel sabueso agarraba de un brinco en el aire y se la traía moviendo la cola de alegría, Bartolo decidió que era preferible entablar amistad con el heredero de los Acosta que mantenerse quieto en la calurosa cocina en la que sólo los gatos del vecindario se sentían a gusto.

Aprovechando que su madre y las otras mujeres estaban ocupadas en la limpieza de los platos, Bartolo se acercó sigilosamente al otro niño. Al detectarlo, rápido como un rayo Sultán se le encimó gruñendo para olfatearlo. Bartolomé controlando el miedo congénito que sentía ante el enorme animal optó por quedarse quieto. Pero el inteligente can al verificar que era un conocido de la casa regresó a donde estaba Rodriguito para seguir jugando.

Entonces, algo más envalentonado, Bartolo se atrevió a decir: ¿Cómo te llamas socio?.

Intimidado por la presencia del mulatico recién llegado que era más alto que él y tenía unos puños que parecían los de un adolescente de 12 años, le contestó: Rodrigo Acosta para servir a vuestra Merced, ¿y tú quién eres?.

bueno me llamo Bartolomé pero sin embargo todos me dicen Bartolo, así que puedes llamarme de esa forma. ¿Quieres ser mi abure?.

Sorprendido por la inusual propuesta, Rodrigo dejó de jugar con el perro que se echó resignado a su lado, mientras roía la pelota de trapo con los dientes.

¿Dijiste abure?, ¿qué es eso Bartolo ?, preguntó extrañado Rodriguito.

Eso significa amigo o hermano en la lengua de mis antepasados.

¿Y quiénes eran esos antepasados tuyos?

Grandes reyes que eran guerreros muy valerosos y que vivían en una lejana tierra que se llama África, de donde fueron traídos por la fuerza a Cuba para trabajar como esclavos por blanquitos malos como tú,dijo riendo Bartolomé.

Quién te dijo que yo soy malo, replicó molesto Rodrigo.

Bueno abure no te pongas bravo. Es sólo una broma. Ya veo que no conoces nada de la religión yoruba , y eso que tienes al lado a dos expertas en la materia como Inés y Concepción. ¿No te han hablado de los Orishas?.

Orishas, ¿qué rayos es eso? . Que palabras más raras usas amigo. ¿Acaso no sabes hablar en castellano?.

Los orishas son nuestros poderosos dioses y no hay nada de raro en lo que hablo o digo, ¡tú eres el que no sabe donde estás parado .

Bueno, replicó Rodriguito. Por lo menos se leer y escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir y estoy aprendiendo latín.

¿Latín?,, expresó con asombro Bartolo. ¿Es la lengua de los curas en las iglesias verdad?.

No sólo amigo, también la usan los abogados y los maestros, subrayó Rodriguito, orgulloso de poder vencer esta vez al mulatico.

¿Sabes leer, escribir y las tablas de la aritmética?, preguntó malicioso el pequeño Acosta.

Bueno, creo que no, respondió avergonzado Bartolo, añadiendo enseguida, pero ¡para qué lo necesito!, no voy a ser cura, abogado o maestro.

Pero bien, ¿dijiste que tienes varios dioses?, preguntó de nuevo Rodriguito.

Sí blanquito, muchos dioses y diosas todas muy bellas y poderosas, expresó Bartolomé, satisfecho de regresar a un tema que le era conocido.

Bueno, nunca me han hablado de otra cosa que no sea rezar antes de dormir un Padrenuestro y varias Avemarías para que el Niño Jesús y la virgencita me protejan. Tengo entendido además que sólo existe un dios en el cielo que es nuestro creador. Por lo menos es lo que nos dice el cura párroco todos los domingos en la iglesia.

¡Bah!, no seas tonto, no hay nadie más poderoso en el mundo que Changó, Eleguá y Yemayá. Te lo aseguro.

¿Me vas a contar la historia de esos dioses de los que hablas?, rogó esta vez con énfasis Rodriguito.

Por supuesto mi abure, y también si lo deseas te voy a dar ingreso como miembro efectivo de la tropa que comando., exclamó jactancioso Bartolomé

¿Comandas una tropa?. ¿Tienes acaso un ejército? Preguntó admirado el hijo de don Pablo.

Claro chico, mi banda es más poderosa que un ejército. No hay calle de La Habana que no conozca de las hazañas de los muchachos bajo mi mando. Hasta el gobernador y el obispo nos temen. ¿Estarías de acuerdo con pertenecer a la misma?.

¡Por supuesto Bartolo!, exclamó entusiasmado Rodrigo.

Entonces, vamos a sentarnos aquí en el suelo que te voy a explicar las señales secretas que utilizamos y de paso contar algunas de nuestras aventuras.

De esta forma, nacía entre dos niños tan diferente una profunda amistad que se proyectaría hacia el futuro.

Pero lamentablemente para Rodrigo, de repente se dejó escuchar la voz autoritaria de su padre que le llamaba: vamos hijo que se nos hace tarde. Despídete de tu tío don Pedro y de tu primo Antonio que regresamos a casa.

Basta de juegos que ya has tenido bastante por hoy. ¡Mira lo sucio que estás!. Te voy atener que dar tremendo baño.

Rodriguito obedeció sin chistar, pero al llegar a la puerta del comedor, se volvió y sonriendo dijo adiós con la mano a su nuevo amigo Bartolo.

Se sentía muy feliz. Al fin había encontrado alguien que no lo consideraba un débil mocoso, y lo que era mejor, ahora pertenecía nada menos que a una temible banda de malandrines callejeros.

Sin embargo, al separarse los despreocupados chavales estaban muy lejos de imaginar los dramáticos acontecimientos que les deparaba el destino.


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