RAFIAH, UNA BATALLA MEMORABLE: Primera Parte

Introduce aquí el subtítular

Lic. Miguel Angel García Alzugaray

Estimados amigos

Sin llegar a tener la trascendencia histórica de otras famosas acciones bélicas de la Grecia clásica y la época helenística como Las Termópilas, Maratón , Salamina , Mantinea, Queronea, Issos, Gaugamela e Ipsos, no se puede negar que la batalla de Rafiah que tuvo lugar entre el imperio Seléucida y el reino de Egipto en el 217 a.C, hace 2200 años, merece ser recordada por sus peculiares aspectos tácticos y sus efectos estratégicos sobre los destinos ulteriores de las dos potencias rivales. Un detalle singular en este caso es que Ptolomeo IV Filopator, el monarca vencedor, estaba muy lejos de ser ni siquiera la sombra de sus ilustres antecesores, y mucho menos, de un Alejandro Magno, Filipo II, un Leónidas, Temístocles, Milciades o de un Epaminondas.

Veamos pues como se desarrollaron estos acontecimientos.

Durante el segundo año del reinado del faraón de la dinastía de los Lágidas Ptolomeo IV Filopator (219 a.C), estalló la llamada IV Guerra Siria. La contienda la inició el rey seléucida Antíoco III, deseoso de echar mano a las riquezas egipcias. Este rey había conseguido recuperar las provincias perdidas por sublevaciones internas en el reinado de su hermano Seleuco III, y a partir de ahí, se propuso devolver a los seléucidas el esplendor de antaño, cuando gobernaba Seleuco I, por lo que se dispuso a atacar a Egipto.

Por su parte, Ptolomeo IV al suceder a su padre el poderoso Ptolomeo III Evergetes, se había mostrado en cambio como un rey disoluto y débil, muy dado a la bebida y la depravación, cediendo el control del gobierno a Sosibio, su ambicioso y manipulador visir. Sabedor de ello, la primera acción de Antíoco fue liquidar la cabeza de puente egipcia de Seleucia de Pieria, el puerto de Antioquía, que se había perdido en la Tercera Guerra Siria. Luego se dirigió a Palestina, para desde allí iniciar la invasión del Egipto propiamente dicho, ocupando sin lucha la Celesiria y Fenicia. Sin embargo, se demoró en su avance hacia Egipto, dando tiempo a Sosibio a organizar el ejército, por lo que el enfrentamiento clave no tuvo lugar hasta el año 217 a.C.

Esta invasión no podía haber llegado en peor momento, si bien Egipto era rico y próspero, su ejército había sido descuidado de modo alarmante, el tesoro real había financiado guerras entre monarcas del mar Egeo, pero la triste realidad es que no había dedicado inversiones entre sus propias fuerzas armadas, así que hubo que organizar un ejército de manera casi improvisada, consiguiendo juntar unos efectivos de 70.000 infantes, 5.000 jinetes y 73 elefantes de guerra. De estos efectivos, una cantidad significativa eran nativos egipcios que se movilizaron prestos al llamado del monarca, que para ello invocó por primera vez desde la llegada de los reyes macedonios al trono de las milenarias tierras de las pirámides, las antiguas glorias de los faraones y los dioses autóctonos.

Así, desde los ya lejanos días del faraón Nectanebo II, una milicia popular, integrada fundamentalmente por humildes campesinos, volvía a empuñar en sus manos los temidos arcos triangulares y las lanzas, para combatir en defensa de su Patria, cerrando filas junto a los experimentados soldados macedonios y los no menos hábiles mercenarios griegos, que hasta ese día los menospreciaban como guerreros.

Pero a partir de Rafia y hasta la conquista de Egipto por las legiones romanas de Augusto, los arqueros egipcios constituirían una selecta tropa de choque de los reyes de la dinastía lágida.

Lo cierto es que Ptolomeo IV animado por su voluntariosa hermana y esposa, la reina Arsinoe que lo acompañaría como una guerrera más durante toda la campaña, partió desde Alejandría en la primavera del 217 a.C. Al tanto de los movimientos de su rival, Antíoco III concentró sus tropas. En total su ejército constaba de sesenta y dos mil infantes, seis mil de a caballo y ciento dos elefantes.

Ptolomeo marchó hacia Pelusio donde se detuvo, recogió a los rezagados, distribuyó víveres a su ejército, movió su campo, y avanzó paralelamente al monte Casio y al lugar llamado el Báratro (infierno), debido a que es desértico, lo atravesó en cinco días y acampó a 50 estadios de distancia de Rafiah, (25 km de Gaza, que se encuentra junto a Rinocolura, la primer ciudad de Celesiria para los procedentes de Egipto. En el mismo momento, Antíoco seguro de su superioridad, se presentó con sus fuerzas, acudió a Gaza, donde hizo descansar a su ejército y después lentamente reemprendió la marcha. Rebasó la ciudad aludida, Rafiah, y acampó de noche, a unos diez estadios del enemigo. Inicialmente, estaban a esta distancia cuando los dos ejércitos se emplazaron unos frente a otros. Pero al cabo de unos días, Antíoco, con una doble intención, ocupó una posición más estratégica para infundir ánimo a sus propias tropas, acercando su campamento al de Ptolomeo, ahora ambos atrincheramientos se encontraban a no más de 5 estadios el uno del otro. "Entonces fueron muchos los choques que se produjeron entre forrajeadores y aguadores de ambos lados, al tiempo que se libraban escaramuzas entre los dos ejércitos, tanto de infantería como de caballería".

Se cuenta que por este tiempo, un etolio nombrado Teodoto bien enterado de la manera y método de vida de Ptolomeo, ya que había permanecido mucho tiempo en su palacio, penetró al amanecer acompañado de otros dos en el real de los enemigos. Como era de noche, no se le conoció por el rostro; y como había diversidad de trajes en el campo, tampoco se hizo reparo en el vestido y demás compostura. Se dirigió resuelto a la tienda del rey, cuyo sitio tenía observado, con motivo de haber sido allí cerca las escaramuzas de los días anteriores. Después de haber pasado por todas las primeras guardias sin ser conocido, entró en la tienda donde acostumbraba el rey a cenar y dar audiencia, registra todos los rincones, no le halla por haber dado la casualidad de estar descansando en otra diferente, cose a puñaladas a dos que se hallaban durmiendo, mata a Andreas, el médico personal del rey egipcio, y se retira a su campo sin más estorbo que el de haberse conmovido un poco la gente cuando ya iba a salir del real enemigo. Por su audacia, hubiera conseguido sin duda su propósito, pero le faltó la prudencia, por no haber examinado bien dónde acostumbraba a descansar Ptolomeo.

Después de haber estado indecisos los dos reyes cinco días, decidieron uno y otro que las armas resolviesen el asunto. Corría el 22 de junio del 217 a. C.

Ptolomeo empezó a hacer salir a sus tropas de su atrincheramiento y así mismo, Antíoco, sacó las suyas para oponérsele. Ambos reyes situaron frente a frente sus falanges con sus tropas escogidas armadas al modo macedonio.

Ptolomeo IV desplegó sus fuerzas de la siguiente manera:

Ala derecha: 2.000 jinetes mercenarios griego-tesalianos mandados por Equécrates, 2.000 peltastas tracios, 1.000 neocretenses y 1.000 arqueros neocretenses, y 33 elefantes libios de 2 metros de altura, que iban equipados por un conductor, un arquero y un jabalinero.

Centro: 8.000 hoplitas griegos mandados por Fóxidas, 20.000 machimoi o falangitas egipcios que formaron con 48 filas de fondo, 5.000 falangitas grecomacedonios de Socrates, 3.000 infantes libios, 3.000 hipaspistas

Ala izquierda: 700 jinetes de la Agema o guardia real, 2.300 jinetes libio-egipcios al mando de Policrates, 4.000 peltastas trácios, 2.000 arqueros cretenses, y 40 elefantes.

Por su parte, Antioco III también desplegó sus fuerzas:

Ala izquierda: 2.000 jinetes medos y mercenarios, 1.000 jinetes compañeros y 1.000 jinetes de la guardia real o Agema, 3.000 peltastas de Asia Menor, 2.500 arqueros cretenses y 60 elefantes hindúes portando pequeñas torres en sus lomos con 3 infantes provistos de arcos y lanzas arrojadizas.

Centro: 10.000 infantes ligeros árabes, 20.000 falangitas macedonios, 10.000 kardakes y 5.000 hoplitas griegos mandados por Antioco.

Ala derecha: 2.000 jinetes milicianos al mando de Temiso, 1.000 arqueros persas y 2.000 peltastas y honderos bajo el mando de Menedemo, y 53 elefantes indios bajo el mando de Músico que había sido paje real.

Ordenados de esta manera los dos ejércitos, ambos reyes recorrieron sus líneas frontales, acompañados de los oficiales y los cortesanos. Habían depositado sus máximas esperanzas en las falanges y fue ante estas formaciones donde pusieron el mayor ardor en sus arengas. Ninguno de los dos monarcas podía aducir alguna hazaña brillante realizada por él: hacia muy poco tiempo que habían asumido el imperio. Pero, por encima de todo, proponían las máximas recompensas para el futuro tanto a los oficiales como a los soldados, para invitarles y exhortarles, así que en la batalla inminente se comportaran de manera noble y varonil.

Arsínoe, la hermosa reina egipcia, acercándose a las filas del ejército, les exhortó, sueltos los cabellos y con abundantes lágrimas, a socorrerse con valor a sí mismos, a sus hijos y a sus mujeres, prometiendo, además, que daría a cada uno dos minas de oro si vencían. La valerosa monarca arengó a las tropas, recordándoles a los macedonios las glorias de Filipo II y su hijo Alejandro Magno, a los griegos las del general Epaminondas, y a los egipcios las de el famoso faraón Ramsés II, y la de los primeros Ptolomeos.

Venerada en particular por la tropa nativa que la consideraba una encarnación viviente de la diosa Isis, fue aclamada como tal con grandes gritos de júbilo, jurando al mismo tiempo aplastar al invasor que osaba mancillar la sagrada tierra del Nilo.

Cuando en su marcha, Ptolomeo IV y su hermana Arsinoe, alcanzaron el extremo izquierdo de toda su formación, y Antíoco, con su escuadrón real, el derecho, se dio la señal de inicio del combate, y los elefantes comenzaron la batalla.

(contynuará)

RAFIAH, UNA BATALLA MEMORABLE(Parte Final)

Estimados amigos

Se dice que antes del combate de Rafiah, los hombres de Antíoco mataron a un perro, debido a que los elefantes africanos no soportan el hedor ni el griterío. La mayoría de los elefantes de Ptolomeo se asustaron y huyeron. Desbaratadas sus líneas, presionaron sobre sus propias formaciones, y entonces la guardia real de Ptolomeo empezó a ceder, oprimida por las fieras, mientras Antíoco desbordaba con sus jinetes la línea de los elefantes y cargaba sobre la caballería mandada por Polícrates. Al propio tiempo, delante de la línea de los elefantes, los mercenarios griegos próximos a la falange atacaron a los peltastas de Ptolomeo y los forzaron a retroceder; también los elefantes habían desorganizado por aquí las líneas de estos peltastas. De modo que el ala izquierda de Tolomeo cedió íntegramente.

Equécrates, que estaba al mando del ala derecha egipcia, de momento se limitaba a observar el choque de las alas citadas, pero cuando vio que la polvareda se levantaba en dirección hacia él, y que sus elefantes no se atrevían, ni mucho menos, a atacar a los enemigos, increpado de cobarde por la reina Arsinoe III que se presentó en su campo al galope de su caballo con el pecho cubierto por una dorada coraza como una amazona, ordenó a Foxidas, comandante de los mercenarios griegos, que acometiera al enemigo que tenía enfrente. Él con su caballería y el contingente apostado detrás, de los elefantes, se puso fuera del alcance de las bestias enemigas; acosó a la caballería rival por el flanco y por la retaguardia y la puso rápidamente en fuga. Fóxidas y los suyos lograron algo semejante, pues cayeron sobre los árabes y los medos, y les obligaron a volver la espalda y a huir atropelladamente. De modo que el ala derecha de Antíoco vencía, pero la izquierda era derrotada.

Entretanto las falanges, que de este modo ya no contaban con la protección de las alas, permanecían intactas en medio de la llanura; sus esperanzas sobre el desenlace final eran inciertas. Antíoco pugnaba todavía para explotar su éxito en el ala derecha; Ptolomeo, por su lado, que cauteloso se había retirado detrás de su falange, se adelantó entonces por el centro; su aparición acompañado de la reina Arsinoe que era vitoreada por los soldados egipcios que la consideraban la diosa madre viviente que venía a apoyarlos, llenó de pánico al enemigo e infundió gran empuje y coraje a sus hombres.

¡Entonces sucedió lo imprevisto!. Enardecidos por esta visión, los arqueros egipcios pronunciando en su lengua natal como gritos de guerra los nombres sagrados de la pareja real, después de nublar el cielo en repetidas descargas con sus largas flechas que causaron numerosas bajas entre los enemigos, empuñando sus jabalinas y hachas de combate, arremetieron con una ferocidad extrema contra el centro del ejército de Antioco que comenzó a vacilar ante el violento ataque.

Ese día, ante los asombrados ojos de los curtidos guerreros macedonios, los egipcios se cubrieron de merecida gloria, a punto de que algunos generales llegaron a afirmar que su participación había sido decisiva para la victoria, aunque otros, tal vez partidarios de la reina Arsinoe, atribuyeron a su presencia en el campo de batalla el éxito de la acción.

Entre tanto, Andrómaco y Sosibios se lanzaron al instante al asalto con sus lanzas en ristre. Las tropas de élite sirias resistieron algún tiempo; las de Nicarco retrocedieron al punto y se retiraron.

Antíoco joven e inexperto, suponía que por haber vencido en su ala la victoria ya era general, y acosaba a los que huían. Pero al final, uno de los suyos, de más edad, le detuvo, y le hizo ver como la polvareda levantada iba desde la falange hacia su propio campamento. Antíoco comprendió entonces lo sucedido, e intentó correr otra vez al lugar de la lucha con su escuadrón real. Comprobó que todos los suyos habían huido, y entonces se replegó hacia Rafia, convencido de que en lo que dependía de él se había triunfado; la derrota se debía a la cobardía y a la vileza de los demás. De modo que la falange de Ptolomeo, la caballería de su ala izquierda y su cuerpo de mercenarios lograron la victoria y, en la persecución subsiguiente, mataron a muchos enemigos.

Ptolomeo se retiró acto seguido y pasó la noche en su campamento. Al día siguiente recogió sus muertos y los enterró, despojó a sus enemigos, levantó el campamento y se dirigió a Rafa.

Después de la fuga, Antíoco quería acampar fuera de esta ciudad, tras haber juntado nuevamente a los que habían huido en grupos. Pero la mayoría se había refugiado en la población, cosa que le forzó a entrar y pasar la noche en la propia ciudad. A las primeras luces del alba hizo salir la parte salvada de su ejército y se dirigió a Gaza, donde estableció su campamento. Desde allí envió legados que trataran la recuperación de sus muertos; logró pactar una tregua para enterrarlos, las bajas de Antíoco fueron poco menos de diez mil de infantería y más de trescientas de caballería; y más de cuatro mil los prisioneros. Durante el combate perdió tres elefantes y, posteriormente, se le murieron dos más a consecuencia de las heridas recibidas en combate.

En el bando de Tolomeo murieron mil quinientos hombres de infantería y setecientos de caballería: le mataron dieciséis elefantes. Después de haber recogido a sus muertos Antíoco se retiró a su país con su ejército.

Ptolomeo tomó de inmediato Rafia y el resto de las ciudades de la región; todas las poblaciones rivalizaban para adelantarse a las vecinas en pasarse a su bando, o reintegrarse a él. Las gentes de estas tierras eran proclives a los reyes de Egipto desde siempre, por lo que parecía natural que se le coronara, hicieran sacrificios y levantaran altares a Ptolomeo.

Así que llegó a la ciudad que lleva su nombre, Antíoco envió sin dilaciones, como legados a la corte de Ptolomeo, a su sobrino Antípatro y a Teodoto Hemiolo para negociar un tratado de paz, pues temía una incursión del enemigo, y la derrota sufrida hacía que recelara de su propio pueblo; le angustiaba también la revuelta de Aqueo en Asia Menor, y que no se aprovechara de esta debilidad temporal. Pero Ptolomeo ya no pensaba en nada de esto, antes bien, satisfecho por aquella victoria inesperada y, en suma, por haber adquirido Celesiria sin imaginárselo siquiera, ahora no era contrario a la paz, sino partidario de ella más de lo debido; le arrastraba a ello sin duda su vida siempre indolente y depravada, incapaz de soportar los sacrificios de una prolongada campaña bélica. De modo que, cuando se le presentó Antípatro, primero pronunció algunas amenazas y reproches por la conducta de Antíoco, pero se animó a pactar una tregua por un año y envió a Sosibio, con los embajadores para que ratificaran lo acordado.

Ptolomeo pasó tres meses en Siria y en Fenicia (la Celesiria) para poner en orden las ciudades. Después dejó allí a Andrómaco de Aspendo como gobernador militar de las regiones citadas y partió con su hermana y amigos hacia Alejandría. Había puesto un final a la guerra que resultaba sorprendente a los habitantes de su reino, que no habían confiado en la victoria.

Antíoco, por su parte, se aseguró de la tregua con Sosibio y se enfrascó, según su propósito primero, en sus preparativos contralos sublevados por Aqueo.

Entre las fuentes clásicas consultadas, figuran en primer lugar el historiador griego Polibio de Megalópolis y el romano Marco Juniano Justino. Plutarco, en sus Vidas paralelas, "Cleómenes, y Ateneo de Náucratis, también aportan algunas precisiones.

Además, se tomaron datos de la tradución de:

Smith, William, [[Dictionary of Greek and Roman Biography and Mythology]] 1, Boston: Little, Brown and Company, p. 63, archivado desde el original'urlarchivo=

Por último, rebuscando entre diversas fuentes, descubrí además estas interesantes referencias que aparecen reflejadas en los libros del Canon de la Biblia Ortodoxa,(el cual proviene de la versión de los 70, comunmente llamada Septuaginta, o Biblia Griega), los cuales no se encuentran ni en las traducciones de biblias católico-romanas, ni evangélicas, que aportan datos quecompletan la visión sobre lo acaecido después de la batalla y refuerzan la imagen de la valerosa Arsinoe III. .

En particular, en tercera de macabeos, tercera de esdras(comunmente llamado 1 de esdras) , salmo 15, 1, así como en el cuarto libro de macabeos, aparece:

1

Filopátor se enteró, por boca de los refugiados, de la anexión que de sus dominios llevaba a cabo Antíoco. Entonces al frente de la totalidad de su infantería y caballería, junto con su hermana Arsínoe, partió hasta los alrededores de Rafia, donde se encontraba acampado Antíoco con su ejército.

2 Se produjo tan violento combate en el que la situación llegó a ser bastante más favorable inicialmente a Antíoco, hasta que Arsinoe inflamada de bélico ardor arengó a su ejército que se lanzó con fiereza sobre su oponente". De este modo sucedió que los adversarios perecieron en la lucha y que muchos cayeron también cautivos.

6 "Tras salir airoso de este plan hostil, decidió Tolomeo ir a las ciudades

cercanas para darles ánimos.

7

Así lo hizo, a la par que repartía regalos a los templos, con lo que restableció

la confianza de sus súbditos.

8

Los judíos le enviaron representantes del senado y de los ancianos para saludarle, llevarle presentes de hospitalidad y felicitarle con motivo de sus éxitos; el rey, entonces, sintió mayor urgencia de visitarlos.

9

Después de llegar a Jerusalén, hizo una ofrenda al Dios supremo en acción de gracias. Una vez hecho esto, lo apropiado para el recinto del templo, entró en él

10

y quedó maravillado por su solemne belleza. Al admirar la armonía del santuario, le vino la idea de penetrar en el templo.

11

Los habitantes de Jerusalén le argumentaron que no era conveniente, porque no les estaba permitido entrar ni a los de raza judía, ni siquiera a los sacerdotes, sino sólo al sumo pontífice, y a éste sólo una vez al año. Pero el rey no se dejaba convencer en modo alguno.

12

Le fue leída la ley, pero ni siquiera así renunciaba a su intención de entrar. Decía: «Aunque ellos estén privados de este honor, yo no debo quedar sin él».

13

Preguntó entonces por qué causa ninguno de los presentes le había impedido entrar en el recinto del templo.

14

Alguien, sin pensarlo más, dijo que ese mismo hecho era un mal presagio.

15

«Ya que esto ocurre por algún motivo -dijo-, ¿no voy a entrar del todo, lo quieran o no ellos?»

16

Los sacerdotes, postrados en el suelo con toda su vestimenta, pedían al Dios supremo que les prestara ayuda en aquellas circunstancias y desviara el ímpetu del que tan duro ataque les dirigía. Llenaron el santuario de tal griterío, acompañado de lágrimas,

17

que los habitantes de la ciudad, turbados, salieron pensando que ocurría algo raro". "Los ancianos del séquito real intentaron repetidas veces disuadir al arrogante espíritu del monarca de su obstinada decisión.

26

Pero el faraón lleno de osadía, y tras rechazarlo todo, hacía el intento de avanzar y parecía que iba a llevar a cabo lo anunciado.

27

Ante este espectáculo, los que estaban a su lado se volvieron también para invocar, junto con los nuestros, al Todopoderoso para que nos defendiera en aquellas circunstancias y no permaneciera indiferente ante una acción de arrogancia contra la ley".

......................

"Entonces el Supremo Creador obró en defensa de su templo sacudiendo a Ptolomeo de uno y otro lado, como a una caña el viento, hasta quedar impotente en el suelo; paralizados los miembros, ni siquiera podía hablar, golpeado por una justa sentencia.

23

Los amigos y guardaespaldas, viendo que era grave el castigo que sufría y temerosos de que dejara incluso la vida, lo sacaron rápidamente, perplejos de terror".

25 De regreso a Egipto, dio pábulo a su maldad con la ayuda de los antedichos amigos y camaradas, hombres alejados de toda justicia.

26

No contento con sus innumerables vicios, llegó a tal grado de osadía que inventaba palabras de mal agüero en los lugares de sacrificio, y muchos de sus amigos, atentos a la intención del rey, lo seguían en sus deseos.

27

Se propuso como fin extender una pública maledicencia contra la raza judía. Hizo erigir a este fin una estela en la torre que da al patio, en la que inscribió:

28

«Nadie de los que no sacrifiquen entre a los templos y que todos los judíos sean censados y reducidos a condición servil. Contra los que se opongan empléese la violencia hasta la pérdida de la vida,

29

y los registrados sean también marcados a fuego en el cuerpo con el sello, en forma de hoja de hiedra, de Diónisos, quedando así reducidos a la condición arriba proclamada».

Aunque las fuentes griegas y romanas nada dicen sobre estos últimos sucesos, conociendo la viciosa naturaleza de Filopator y la aún peor de su Visir Sosibio, no es de extrañar este comportamiento, típico de el déspota que al fin y al cabo era este monarca.

FIN...

Página hecha por Miguel Angel Garcia Alzugaray. Todos los derechos reservados ;)
Creado con Webnode
¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar