Recuerdos sobre las hermanas Dulce María y Flor Loynaz

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Lic. Miguel Angel García Alzugaray

La Habana, 20 de Febrero del 2016

Sobre las hermanas Loynaz mucho se ha escrito en los últimos tiempos, aunque en mi modesta opinión no lo suficiente, ya que estas exquisitas poetisas cubanas del siglo XX, merecen ser recordadas cada día, pues dejaron con sus extraordinarias vidas y obras, una huella irrepetible en la cultura de nuestra hermosa isla antillana.

Al redactar estas líneas,a pesar de los años transcurridos, he tratado de volcar en las mismas con la mayor fidelidad, los recuerdos que atesora en su mente mi esposa, sobre la exclusiva oportunidad que le dio la vida, de conocer y compartir en varias ocasiones con Dulce María loynaz Muñoz y su hermana Flor, honor que imprimió para siempre un sello indeleble en su espíritu.

Ambas, eran hijas del afamado General del Ejército Libertador Enrique Loynaz y del Castillo y María de las Mercedes Muñoz Sañudo.

María Mercedes,más conocida como Dulce María, nació el 10 de diciembre de 1902, mientras que Flor vino al mundo el 11 de octubre de 1908.

En la genealogía de su familia, entre otros, figuran antepasados tan ilustres como: Ignacio Agramonte y Loynaz, el Mayor, llamado también el Bayardo, legendario héroe camagüeyano de la Guerra del 68 o "Guerra de los 10 Años", por la independencia del país, que como destacado jurista que era, participó en la redacción de la primera constitución de Cuba en Armas, la de Guáimaro y fue elegido secretario de la asamblea constituyente, así como la gloria de las letras cubanas, Gertrudis Gómez de Avellaneda.

Por estar realizando en 1982 sus estudios de Doctorado en Filología,y ser profesora universitaria, mi esposa Ludmila Duz necesitaba consultar con la escritora unas cuestiones académicas relacionadas con la métrica y lírica iberoamericanas, materias en las que ésta era sin dudas una acreditada experta, a lo que accedió tras varias solicitudes.

Una invernal tarde de febrero de ese año, visitó por primera vez el domicilio de Dulce María Loynaz Muñoz, en su casona de 19 y E, en el Vedado que a partir de ese día llamaba la "mansión encantada", pues al aire de misterio del voluntario ostracismo en que vivió durante muchos años la señorial dama, rodeada de perros de plebeya prosapia y algunos pocos criados de avanzada edad que se movían por la casa en espectral silencio, se veían por doquier según refiere, obras de artes de diversas épocas y procedencias que contribuían a resaltar la atmósfera mágica que irradiaba la anfitriona.

Recuerda bien que al hablar por teléfono, la citó para las 5.00 pm, advirtiéndole que no tenía timbre en la puerta de la vetusta reja que rodeaba el descuidado jardín, por lo que la entrada estaría abierta sólo 10 minutos y que si llegába tarde no la recibiría. Así de estricta y puntual era Dulce María.

Para no fallar, mi mujer estaba parada al pie de la verja 10 minutos antes de la hora indicada, pero la oxidada puerta de hierro se encontraba aún cerrada. Comenzába a preocuparse, cuando escuchó el lejano carrillón de un reloj marcando con sus campanadas las 17 horas. Entonces relata que sucedieron simultáneamente dos cosas: la puerta de la verja se abrió de repente y en el portal de la residencia la esperaba muy erguida, una elegante señora de unos 80 años, con un vestido que le llegaba hasta los tobillos, y con tal áura de distinción que al instante eclipsaba todo lo que le rodeaba.

Al ver a mi esposa preguntó: ¿Es usted Liudmila Duz?. Al asentir mi cónyuge, añadió con marcada cortesía: ¡bienvenida!. Puede entrar a mi hogar.

De esta forma se iniciaba una "singular" relación que duraría más de dos años, durante los cuales, cada cierto tiempo, mi mujer acudía al encuentro con la Musa. Y subraya mi esposa que fue "singular", porque en esa relación salía ganándo siempre élla, pues se nutrió de los vastos conocimientos de la poetisa sobre lengua y literatura, así como pudo conocer de sus labios numerosas anécdotas sobre la historia de Cuba, y en particular sobre los próceres de la gesta libertaria del 95 encabezada por José Martí, del cual , el padre de Dulce María y Flor, el ya mencionado General Enrique Loynaz y del Castillo, además de ser autor del vibrante Himno Invasor, fue discípulo muy estimado de nuestro Apóstol.

A cambio, resalta, como tantos otros visitantes,muchos de ellos renombrados intelectuales, sólo podía ofrecerle un rato de charla y compañía, que en su caso, tiene la esperanza que no los considerara aburridos.

Como expresara la propia Dulce María: "No es difícil llorar en soledad, pero es casi imposible reír solo"

Durante estas pláticas, pudo conocer que en la década de los 30 su casa de La Habana comenzó a convertirse en centro de la vida cultural de la ciudad, acogiendo en las llamadas "juevinas" a diversos escritores y artistas, como Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Gabriela Mistral o Alejo Carpentier.

Una tarde de mayo, mi esposa visitó por primera vez a Dulce María en compañía de nuestra hija Tatiana que no hacía mucho había cumplido sus 15 años.

Se dice que a Dulce María no le gustaba el contacto con los jóvenes porque no los entendía, pero lo cierto es que por esta época, la eximia escritora, había comenzado a cambiar de forma positiva, su actitud hacia la sociedad que le rodeaba. Por ello, al escuchar el nombre de Tatiana y enterarse que había nacido en Kiev , Ucrania, le dijo :se ve que tus padres te quieren mucho pues te pusieron el nombre de una de las más famosas heroínas de la literatura rusa, la bella enamorada de "Eugenio Oneguin" del genial poetaAlexandr Pushkin.

Conversando luego sobre la obra del poeta nacional de Rusia, les recitó de memoria unos conocidos poemas de este bardo que dicen:

EL POETA

Hasta que Apolo al poeta no convoca
a ofrecer el sagrado sacrificio,
en los afanes de este mundo vano
está él cobardemente retenido.

Muda se halla su lira sacrosanta,
su alma sumida en frío letargo está
y entre los hijos fútiles del mundo
el más fútil de todos es quizá.No obstante, apenas el divino verbo
hasta su agudo oído se abre paso,
las alas bate el alma del poeta
como águila que hubiera despertado....".

"Yo os he amado"Yo os amé: el amor no se ha extinguido
por entero en el alma todavía,
mas no temáis que vuelva a importunaros
ni que por causa alguna os aflija.Yo os amé sin palabras ni esperanza,
presa de celos y de timidez;
os amé tan sincera y tiernamente
como Dios quiera os vuelvan a querer.

Al inquirir mi mujer si le gustaban mucho las obras de Pushkin respondió que aunque prefería a Dostoevski,había leído con agrado unas buenas traducciones de las poesías de este autor. Al respecto recalcó: que deploraba no conocer el idioma ruso, pues a los clásicos, ¡hay que leerlos en su lengua original!.

Entonces a nuestra hija se le ocurrió preguntar a Dulce María, cuál de sus poemas era su preferido. La escritora sonriendo contestó: varios, pues para un poeta sus versos son como sus hijos, pero claro, siempre hay algunos que son más cercanos que otros. Por ejemplo,el poema que dediqué al río Almendares me gusta mucho , ¿saben lo que dice?:

"Este río de nombre musical

llega a mi corazón por un camino

de arterias tibias y temblor de diástoles (...)

El no tiene horizontes de Amazonas

ni misterios del Nilo, pero acaso

ninguno le mejore el cielo limpio

ni la finura de su pie y su talle (...)

Yo no diré que él sea el más hermoso (...)

¡Pero es mi río, mi país, mi sangre!"

Pero hace unos días releyendo viejos papeles encontré estos que aunque sencillos, también me agradan:

El cántaro azul

Al atardecer iré

con mi cántaro azul al río,

para recoger la última

sombra del paisaje mío.

Al atardecer el agua

lo reflejará muy vago;

con claridades de cielo

y claridades de lago...

Por última vez el agua

reflejará mi paisaje.

La cogeré suavemente

como quien coge un encaje...

Serán al atardecer

más lejanas estas cosas...

Más lejanas y más dulces,

más dulces y más borrosas.

Después... ¡Que venga la noche!

Que ya lo tenue del sueño

-de sueño olvidado-

lo delicado, gris, sedeño

De tela antigua... y lo fino,

lo transparente de tul...

¡Serán un solo temblor

dentro del cántaro azul!

SI ME QUIERES, QUIÉREME ENTERA

"Si me quieres, quiéreme entera,
no por zonas de luz o sombra...
Si me quieres, quiéreme negra
y blanca. Y gris, y verde, y rubia,
y morena...
Quiéreme día,
quiéreme noche...
¡Y madrugada en la ventana abierta!

Si me quieres, no me recortes:
¡Quiéreme toda... O no me quieras!

Al escuchar estas rimas, nuestra hija con sincera admiración le dijo a Dulce María: que versos tan hermosos, ¡Usted es una gran poetisa!.

A lo que la aludida replicó: Tatiana, yo he sido parece más que nada una poetisa, aunque a veces pienso que hubiera preferido ser una buena prosista.

Al conocer que nuestra hija deseaba estudiar Historia del Arte en la Universidad Estatal de la heróica ciudad de Leningrado,como en realidad ocurrió dos años más tarde, salió a relucir el tema de las excelentes críticas publicadas por José Martí sobre los cuadros del pintor ruso del siglo XIX Vasili Vereschaguin.

Sucede que dentro del amplio espectro de realidades que abordó José Martí desde los Estados Unidos, desde 1880 a 1895, ocupó un lugar notable el acontecer artístico, al que fue especialmente sensible y que devino materia frecuente de sus crónicas. Fue por esto un asiduo visitante de las exposiciones mostradas en Nueva York. Desde muy temprano conoció las creaciones del pintor ruso Vasily Vereschaguin, demostrando en lo adelante su admiración por el artista cuya obra menciona en varias ocasiones. La primera referencia sobre la obra pictórica de Vereschaguin data de mediados de 1880 cuando le menciona en The Hour. Al analizar la obra de los acuarelistas franceses, escribe que "la obra de Doré (...) a causa de su fuerza de color y sus espléndidos contrastes, pudiera ser tomada por una obra de ese ruso tan admirado, Vereschaguin".

Para profundizar en lo expuesto, levantándose con la ayuda de mi hija de su acostumbrado sillón, ubicado ese día, cerca de la imponente águila de bronceado metal que acechaba al final del vestíbulo de su casa , Dulce María acompañada por mi esposa, después de atravesar el amplio corredor que flanqueaba a la derecha uno de los museables salónes de la mansión, sorteando a continuación largas mesas cargadas de valiosas figuras de biscuit, antiguos relojes detenidos hacía mucho en el tiempo, algunas empolvadas pinturas de impresionistas franceses y pedestales de estatuas amontonados en lo que parecía ser el comedor de la vivienda, se dirigió hacia un artístico secreter extrayendo de una gaveta un álbum con huellas de mucho uso, del que tomó una amarillenta crónica periodística, que leyó con pausada pero clara dicción al regresar a su asiento:

"Ahora, antes de las nieves, y del dejarse resbalar por el tobogán, y de los trineos de cencerro y penacho, será la exposición de Vereschaguin, el ruso que hace odiar la guerra por lo real de sus pinturas, y amar la nieve, por lo potente de su luz..." .

Martí, conocedor de su arte pictórico, fue a visitar la exposición para luego escribir una crónica para el periódico La Nación, de Buenos Aires, donde analiza las creaciones del pintor ruso, sus cualidades y limitaciones a la luz de los lienzos que pudo contemplar. Captó con brillante pluma los cuadros y tapices de Vereschaguin con sus temas militares, sus guerreros.

Martí, subrayó Dulce María al leer, vió a través de la obra del pintor las inquietudes del alma rusa y su amor por la libertad. Por ello, resaltó magistralmente en su crónica que:

"El ruso renovará. Es niño patriarcal, piedra con sangre, ingenuo, sublime... Sabe amar y matar. Es un castillo, con barbas en las almenas y sierpes en los tajos, que tiene adentro una paloma... Debajo del frac, lleva la armadura... Es el hombre con pasión y color, con gruñidos y arrullos, con sinceridad y fuerza. Se mueve con pesadez, bajo su capa francesa, como Hércules barbudo con ropas de niño...".

De este interesante análisis pasaron al de los pintores cubanos. Al manifestar mi esposa su gusto por las obras de Armando García Menocal, la autora de "Un Verano en Tenerife", le expresó que le atraían más las del primo de éste, Augusto García Menocal y Córdoba. Este artista dijo, fue muy prolífico y afortunadamente buena parte de su obra se ha conservado dentro del territorio nacional. Una de sus piezas que me gustan más es El desembarco de Colón, y en la Academia de Historia recuerdo que estaban expuestos un total de 20 retratos de próceres cubanos, los cuales evidencian su interés por la temática histórica y los héroes que constituyen pilares de la nacionalidad cubana, interés que perduraría a lo largo de su vida. ¡Por ello lo admiro tanto!.

En estas imágenes, en mi parecer se muestran claramente dos facetas de la personalidad de Dulce María: su profunda espiritualidad martiana y su indiscutible cubanía.

Al respecto afirma Pablo Armando Fernández: "Dulce María Loynaz es cubana no por el hecho de haber nacido en Cuba, o porque ella cuente con tres o cuatro generaciones de ascendientes cubanos. Lo es porque esos cubanos ancestrales y ella misma, a su manera, pelearon por Cuba y a Cuba le sacrificaron muchas cosas".

Su relación con la patria es incondicional y hasta personal, según testifica ella misma: "La tierra se lleva a veces sin saber y sin querer como un ala dormida o como una cruz de nacimiento. Pero se lleva, siempre, a pesar de todo y sin contar con nada. Sobre esto sí que nadie puede echar cuentas: se es de la tierra como se es de la madre, sin previo acuerdo y sin posible o efectivo arrepentimiento".

Concluída esta conversación, nuestra hija que desde muy temprano se había percatado de que en el salón contiguo había un hermoso piano, se acercó a la anfitriona, rogándole que le permitiera ver el instrumento, pues desde muy pequeña estudiaba música con la conocida profesora Zenaida Romeo. Dulce María al escuchar lo expuesto, le dijo: ¡No me digas que Zenaida es tu maestra de piano!. ¡Que suerte tienes niña!. Los Romeo son una de las familias de músicos mas distinguidas del país. Vamos, que les voy a mostrar el piano que solía tocar Federico García Lorca al visitarnos. Al penetrar en el salón, pudieron observar que además de los "muebles de estilo", y diversos óleos que adornaban las paredes, se destacaba entre ellos un hermoso retrato de la escritora, obra del pintor Félix de Cossío.

Dado que mi esposa selebró mucho la elegancia que proyectaba la imágen de Dulce María al posar para el artista y su distinguido porte, la escritora le preguntó si deseaba poseer una foto de ese cuadro, a lo que mi mujer accedió con sumo placer , tanto más que le fue dedicada personalmente con las siguientes palabras:

"Dulce Ma Loynaz a su amiga Liudmila y su esposo Miguel Angel Alzugaray este retrato de quien fue y ya no es, Con afecto que va a durar más que la imagen".

Ese mismo día, antes de despedirse, mi esposa e hija conocieron también a Angelina Miranda, uno de los exóticos personajes que integraban la reducida corte que rodeaba a Dulce María. Pequeña , delicada como el pétalo de una orquídea, a pesar de tener más de 80 años poseía una gran vitalidad y un cutis envidiable. Angelina había sido durante mucho tiempo la fiel dama de compañía de la insigne escritora y mantenía con ella una estrecha amistad. Al ser presentada a mi hijaTatiana, ésta como es natural le dijo con el mayor respeto: ¡mucho gusto señora!, a lo que la anciana replicó con visible orgullo: jovencita, por favor, no me diga más señora, sino ¡señorita!, provocando el asombro de mis familiares .

En otra ocasión, mientras la poetisa que además era una reconocida abogada especializada en Derecho Civil, profesión que ejerció algunas veces en litigios familiares, le mostraba a mi mujer su impresionante biblioteca, toda de caoba, que presidía una escultura de Temis la diosa de la Justicia, y de paso, las bellas encuadernaciones de unos raros cuadernos de partituras allí guardados, conversando sobre unos aspectos relacionados con la obra del afamado músico austriaco Franz Peter Shubert, de los que se hablaban en una películade estreno en esos días, Dulce María precisó que sin disminuir para nada la importancia de aquél, prefería al compositor alemán del siglo XIX Robert Shuman, ya que: "Su vida y obra reflejan en su máxima expresión la naturaleza del Romanticismo: pasión, drama y alegría. En sus obras subrayó, de gran intensidad lírica, confluyen una notable complejidad musical con la íntima unión de música y texto.

Además dijo, no sólo compuso obras musicales, sino que también redactaba ensayos y poemas, y de hecho el joven Schumann se identifica tanto con la literatura como con la música. Ya desde que estudiaba en el colegio absorbió la obra de Schiller, Goethe, Lord Byron, así como los dramaturgos de la Grecia Clásica".

Al escuchar estas reflexiones de la autora de "Poemas sin nombre", "Últimos días de una casa" y la "Carta de amor al rey Tut Ank Amen", asegura mi esposa que parecía que el alma poética de Dulce María estaba impregnada de cierta nostalgia hacia el romanticismo, pero como después descubrió, no era el europeo, si no el de las estivales tardes de su juventud e infancia en la mítica quinta familiar de la calle Calzada, con sus múltiples estatuas, deslumbrantes vitrales y coloridos medios puntos saturados de sol tropical, tan cercana del rumor de las olas del verde mar habanero, en la que resonaban las voces de sus queridos hermanos Carlos Manuel y Enrique, así como los arpegios de un piano en el que una institutriz tocaba una danza de Ignacio Cervantes. Era una prueba palpable de lo "real maravilloso" que tantas veces invocara ese amigo entrañable de la familia Loynaz, el ya mencionado Alejo Carpentier Valmont en sus inmortales novelas.

Al respecto de esta alusión, dirigiéndose a mi cónyuge, Dulce María le dijo: no se si ha escuchado decir que la madre de Carpentier, Lina Valmont, "Toutouche" como cariñosamente la llamaba , era casualmente una profesora de origen ruso como usted, que supo inculcar a su talentoso hijo, el amor por el arte, las letras y la música. ¡Fue la mujer más bella y refinada que he conocido!.

Al preguntarle mi esposa si le hubiera gustado visitar Moscú, Dulce María después de pensar un rato, contestó vacilando que sí, y en especial las iglesias ortodoxas del Kremlin y el teatro "Bolshoi", pero sin ofender a nadie, en honor a la verdad dijo, hubiese preferido conocer mejor el San Petersburgo de la época imperial,la Venecia del Mar Báltico para pasear por la avenida Nevski, contemplar los monumentos de la emperatriz Catalina la Grande y el zar Pedro I, ver las noches blancas desde el bulevar del Neva, así como recorrer las salas del museo del Hermitage.

El 20 de Octubre de 1983, el Consejo de Estado de la República de Cuba, otorgó a Dulce María Loynaz la Medalla Alejo Carpentier, hecho que la llenó de sano orgullo. Recuerda mi esposa que unos días después de recibir la poetisa la meritoria condecoración, visitó a la escritora y ésta que no era dada a exteriorizar sus emociones , se la mostró sin embargo diciéndo: ¡Mire que hermosa medalla me han dado!. Aprecio mucho el gesto del Consejo de Estado, pues creo que no la merezco. Lo que más me complace añadió, es que esta condecoración está dedicada a mi buen amigo Alejo Carpentier.

El tema las llevó a recordar las distintas Órdenes y Medallas recibidas hasta entonces por Dulce María,mostrándole la anfitriona sendas doradas vitrinas en que guardaba respectivamente sus condecoraciones , así como una colección de tasas de finas porcelanas, algunas de gran valor histórico .

A finales de ese mismo año, conversando sobre sus esposos, Dulce María le mostró diferentes fotos de los mismos, en particular de su segundo marido Pablo Álvarez Cañas, afirmando que éste se había codeado con las artistas más célebres de su época,pues todas querían salir en su página social.

Dulce María había contraído matrimonio dos veces, la primera en 1937 con su primo Enrique de Quesada Loynaz. El joven ingeniero era apuesto y distinguido pero el matrimonio no prevaleció.

¡Cuánto le costaría a Loynaz el divorcio en 1943 de su primer esposo, en un medio en el que no sólo era infrecuente sino poco tolerado por motivos sociales y religiosos! Con respecto a las razones tras la separación confiesa:

Enrique no era un intelectual y más bien le molestaba mi labor, se sentía como desplazado del cerco que me rodeaba, que era todo de poetas, escritores, periodistas, era un ambiente en el cual no tenía papel ninguno sino el de ser mi marido. Eso fue minando mucho nuestra relación. Cuando iniciamos el divorcio, lo que yo pedí fue que todo, inclusive el trámite judicial, se llevara a cabo en el mayor secreto".

Su segundo esposo, Pablo Álvarez Cañas, originario de Tenerife , España, al que había conocido en 1920, escribía para la prensa habanera crónicas sociales muy solicitadas y leídas en su época. llegó a ser adulado a cambio de una mención en las mismas. Con relación a Pablo, la oposición de los padres de Dulce María resultó determinante: sólo mucho después de haberse tratado pudieron contraer nupcias en 1946.

Ese día también le enseñó varios raros ejemplares de la rica colección de más de 200 abanicos que poseía.

Es interesante destacar que Dulce María Loynaz, definió así este símbolo de la feminidad:

"El abanico no es un accesorio, sino un todo perfecto, una obra de arte en miniatura y como tal hay que respetarla".

Como colofón de esta relación, unos meses antes de partir mi mujer para la desaparecida URSS, en donde defendería su tésis de Doctorado, Dulce María le obsequió un ejemplar de su magistral novela lírica "Jardín", con la dedicatoria siguiente de su puño y letra:

"A Ludmila que no hallará más flor en este jardín, que el afectuoso sentimiento con que se lo ofrece Dulce María Loynaz.

La Habana, 2- 2 - 84".

De más está decir que guardamos este libro como una valiosa reliquia.

En cuanto a Flor Loynaz Muñoz se ha dicho que era rebelde y férrea en la conquista de su libertad , así como que aunque no asumiera la poesía con la seriedad de sentirse poetisa, sí bebió en sus aguas como expresión íntima de su sentir más profundo.

Su padre, el General Enrique Loynaz del Castillo, le puso Flor en homenaje al valiente general Flor Crombet, compañero de lucha de Antonio Maceo , el Titán de Bronce. Pero los más cercanos le llamaban Beba, por ser la más pequeña del cuarteto de los hermanos Loynaz.

Muchos relatos se cuentan sobre su persona , algunos con visos de leyendas: fue, entre las mujeres, la primera en pasearse por las calles de La Habana en automóvil; que durmió dentro de un ataúd, vestida con sus mejores galas, por si la muerte llegara a sorprenderla durante el sueño; que fumaba grandes puros y era asidua visitante de los bares capitalinos y pobre de quien intentara siquiera sobrepasarse con ella, pues recibiría sin dilación en el impulso de su ira la firmeza de su carácter, y que para mostrar que la belleza interior era lo más importante, terminó rapando su hermosa cabellera.

Lo cierto es que pese a su fuerte carácter y su razonar cartesiano, Flor tenía un espíritu delicado. Bella y atractiva, creyó anticipadamente en los derechos de la mujer y concibió una manera singular de ponerlos a prueba. Le gustaba romper con los moldes establecidos para su sexo.

Constituyó la más cercana amiga en Cuba de Federico García Lorca, de quien fue asidua acompañante durante la estancia del poeta en La Habana en 1930. A ella le confió Lorca el manuscrito de su obra teatral Yerma.

En los primeros años de la década de los treinta tuvo una activa participación en las luchas políticas contra Gerardo Machado e incluso perteneció al Directorio Estudiantil. Le animaba un elevado concepto de justicia y no vaciló en unirse a un pequeño comando armado con su automóvil, «un Fiat del último modelo», que fue impactado varias veces por las balas de la policía y se encuentra expuesto actualmente en el Museo del Automóvil en la Habana Vieja.

Flor inspiró el personaje de Sofía de la novela El siglo de las luces de Alejo Carpentier, lo mismo que el cuadro fantasmagórico de la cinta Los sobrevivientes, de Tomás Gutiérrez Alea.

A diferencia de su hermana Dulce María que se sentía muy a gusto, viviendo en su "místico mundo interior", Flor necesitaba exteriorizar lo que sentía , , más bien a través de sus actos que de la palabra escrita, lo cual explica en cierta medida que se conserven pocos de sus maravillosos poemas, ya que los escribía muchas veces en papeles de desecho que tiraba más tarde en el cesto de la basura, o los improvisaba de repente "cuando le venía la inspiración", declamándolos ante sus eventuales interlocutores sin preocuparse por el destino de los mismos.

De uno de estos hechos fueron testigos mi esposa y mi hija el día que conocieron a la controvertida hermana de Dulce María. Era un sábado por la mañana y hacía más de una hora que la escritora analizaba con mi cónyuge algunos ejemplos de la poesía pastoril de Garcilaso de la Vega, cuando a la sala proveniente de la cocina en donde dormíaa veces en un viejo camastro, penetró una pequeña anciana muy delgada con una escasa cabellera tan blanca que parecía nieve o algodón. Vestía muy sencillo, pero su aspecto muy pulcro que completaban unos pequeños aretes de perlas, le daban un atractivo aire de feminidad.

Al ver a mi mujer, sin muchos cumplidos dijo muy seria: ¡Hermanita que sorpresa!. ¡Así que esta es la profesora rusa de la que me has hablado!. ¿Por qué no me la presentas?. Pero sin esperar una respuesta de Dulce María, extendió su huesuda mano recalcando: ¡Mucho gusto!, yo soy Flor, "la oveja negra de la familia", aunque ya verá que no soy tan mala como a lo mejor le han contado.

aA continuación dirigiéndose a nuestra hija que se encontraba algo apartada leyendo en un rincón del vestíbulo le dijo: Tú debes ser Tatiana, la hija de Ludmila, ¿no es cierto?. A ver ponte de pie para verte mejor. Eres una muchacha muy hermosa. ¿Dice Dulce María que deseas estudiar Historia del Arte?. Te felicito muchacha porque es una carrera muy bonita.

Al descubrir que se hablaba de la poesía pastoril les dijo casi en rima: ¡que bueno!, me imagino que el autor alaba a las lindas florecitas, laboriosas avejas y mansas vaquitas. ¿Pero dónde están mis pobres hormiguitas?. Por eso, ¿no te pones brava Dulce si le recito a ellas unos versos que le compuse a las cucarachas y los ratones de mi hogar?.

La escritora roja de vergüenza, asintió con la cabeza poniendo una cara que parecía decir , ¡que remedio!

Deplorablemente, el texto de este inusual poema, lleno de humor y sabias moralejas se ha perdido, pero el siguiente relato de mi esposa tal vez pueda dar una idea sobre su contenido.

Al calor de la amena conversación con Flor, que acaparó ese día toda nuestra atención, nació la idea de visitar su mítica morada dentro de una semana, siempre que le garantizasen el transporte. Como se había acordado, el siguiente sábado se trasladaron en compañía de Flor hasta el reparto La Coronela, para visitar la quinta "La Santa Bárbara" en la que residía.

Al atravesar con el auto el portón de la alta cerca, que más que tapia, parecía sólida muralla que defendía el palacete del ataque de feroces piratas y corsarios, cuyas historias eran tan del agrado de la propietaria, tuvieron la impresción de que habían llegado a un olvidado castillo de un cuento de hadas.

La mansión estaba rodeada de grandes jardines donde algunos rosales y otras plantas decorativas luchaban por sobrevivir. La residencia era un edificio muy grande y sólido, que no obstante, desde el primer momento daba la impresión de que hacía tiempo no se reparaba.

En sus amplios portales, dormitaban una docena de perros callejeros recogidos por Flor que al detectar la llegada de su dueña, se lanzaron sobre ella ladrando y saltando locos de alegría.

Al penetrar en la vivienda, en el centro de la amplia sala que servía de recibidor, escoltado por dos enormes relojes de pie, se veía sobre un grueso pedestal un conjunto escultórico en el que un guerrero, tal vez espartano, caído en el suelo, se defiende con su lanza del furioso ataque de un águila. El ave, en otras épocas sin dudas magnífica, tenía ahora sus dos alas rotas que descansaban cerca del pedestal. Al observar el interés con que mi esposa e hija contemplaban esta obra de arte, Flor les dijo: esta pieza que es una de mis preferidas,tiene una historia muy linda, pues fue galardonada en la Exposición de París de 1889 que tan magistralmente describiera José Martí. Pero ya ven que destino más cruel le ha tocado. Venir de Francia para tener este final tan doloroso en mi propia casa. Es algo que nunca hubiese querido ver.

Recorriendo la casa por todas partes se veían huellas de abandono y destrucción. Parecía que un terrible huracán hubiese pasado por encima de la vivienda.

Debajo de la majestuosa escalera central de caoba, se amontonaban bustos y columnas de mármol rotas. En lo que fue antes el comedor, un largo lienzo que reproducía una carrera de cuadrigas en un hipódromo del imperio romano, mostraba una rasgadura en su centro, de más de un metro de longitud, como si hubiese sido cortada intencionalmente por alguien con un afilado cuchillo. .,

La capilla de la vivienda que visitaron a continuación, se había salvado al parecer milagrosamente de tanto deterioro.

Al mostrarles el patio central que existe entre las dos alas del edificio, en el que otrora un antiguo surtidor veneciano servía escogidos vinos en las costosas copas de cristal de bacarat de los invitados a las veladas literarias organizadas por Flor en sus años mozos, nuestra hija se percató que sobre el descanso de la escalera trasera que daba acceso al segundo piso, flanqueado por un gran jarrón de porcelana de Sevrés de raro color amarillo que descansaba sobre un trinchante de roble, había colgado en la pared un óleo bastante grande, que mostraba a una bella joven ataviada a la moda de los años 30, del brazo de un apuesto caballero vestido de blanco. La imágen de extraordinario realismo, transmitía al observador la felicidad que experimentaba la pareja de enamorados.

Flor con cierta ironía no exenta de humor preguntó a Tatiana: ¿sabes quién es esa dama tan bonita?.

Nuestra hija por supuesto no se atrevió a contestar,por lo que la anfitriona añadió: esa beldad que ves, es aunque no lo creas, esta horrible caricatura de ella que tienes delante.

¿Y quién es el hombre tan elegante que la acompaña?, inquirió Tatiana haciéndose que no había escuchado. Mi esposo, el arquitecto inglés Felipe Gardyn. ¿Verdad niña que tenía buen tipo?, expresó Flor sonriendo por primera vez, como si recordara momentos agradables de un lejano pasado . ¡No sabes como me envidiaban en aquél entonces mis tontas amigas!.

Su esposo, había levantado la mansión Santa Bárbara, actual sede de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano. Pero se sabe que fue Flor quien trazó lo que quería. La Quinta fue el regalo de bodas de su marido. Matrimonio que fue breve, brevísimo, quizás por el choque inevitable con la audaz y polémica personalidad de Flor.

Ese día, prosigue contando Ludmila, por haber sufrido una fractura de cadera, Flor ya no podía subir al segundo piso por la empinada escalera de su casa, por lo que pidió al encargado de la vivienda, que acompañase a mi esposa e hija para recorrer las habitaciones superiores. Así, pudieron conocer los cuartos en los que por tantos años había descansado Flor y en cuyas mesitas de noche había varios retratos de sus padres y sus hermanos, los amplios baños intercalados entre los mismos y por último, una habitación vacía en la que el acompañante con gran solemnidad recalcó: este es el lugar donde Flor daba de comer trocitos de pan a las cucarachas y ratones que acudían mansitos cuando los llamaba.

Al inquirir mi hija si esta historia era cierta, el encargado le aseguró que sí, pues a Flor le movían creencias orientales sobre la transmigración de las almas,por lo que consideraba que no se podía maltratar a ninguna criatura viviente, ni siquiera a los más dañinos insectos, pues todos ellos eran hijos de Dios.

Flor fue sin dudas un espíritu delicado. Adornada de un noble sentimiento que le hacía ver en cada criatura la posibilidad de hacer el bien, llegaba a límites inconcebibles, como cuando colocaba puñados de azúcar ante las cuevas de las hormigas.

Miraba en los animales los ojos de Dios. Un día arrancó de manos del cocinero

dos conejos listos para convertirse en fricasé, compró todas las aves de un

establecimiento para liberarlas ante los ojos atónitos del carnicero,

La madre tuvo que crear un asilo para animales, porque Flor llevaba a casa a

cuanto perro se encontraba en el camino -sin importar cuantos tuviera ya- y lo

siguió haciendo hasta el final de sus días.

Inmortalizó a uno de sus perro en este conmovedor poema:

Trenino

Trenino, hijo mío, mi perro:

quisiera tener tu corazón

tanto como quisiera tu cerebro;

un corazón humilde y un cerebro sencillo

que llevar dentro del cuerpo.

Y un cuerpo como el cuerpo tuyo: fuerte,

ágil, rudo a la vez ¡eso yo quiero!

Odio el hablar, que es privilegio triste,

prefiero tu ladrido: es más sincero

y más noble y más claro que la inútil palabra

con que hablo y con que pienso.

La burra de Balaam quedó asombrada

al hablar -y aunque fue sin entenderlo-

con la palabra le brotó una lágrima

que hocico abajo le rodó hasta el suelo.

Trenino, mi perro, mi hijo:

tú eres el mundo todo entero

puesto que eres inocente y fuerte

como el mundo en que creo.

Como el mundo que Adán no hubo manchado

con el pecado y con el sufrimiento.

Para tí -Dios lo sabe- son inútiles

el Infierno y el Cielo.

Por eso cuando mueras es posible

que te tome en sus manos un momento

y quede pensativo... ¡Sin saber

cuál es tu sitio en todo el Universo!

1936.

Aparte de estos ejemplos, la poesía de Flor Loynaz es fresca y prendida de un original lirismo. Poco difundida, lo mismo que estudiada, ha aparecido, sin embargo, en algunas antologías e incluida en textos sobre literatura cubana. Veamos una muestra :

Yo te ofrezco mis lirios ¿Por qué me pides rosas?

yo te ofrezco mis lirios más puros y más blancos.

¿A qué este afán continuo de pedir otra cosa,

si te doy de la vida, lo poco que he logrado?

Eres joven y quieres rosas frescas y rojas

no el perfume doliente, no los pétalos pálidos.

En mi jardín no esperes que tu mano recoja

lo que yo no he vivido, lo que tú no has sembrado.

.,

SIN PAPEL

Esta vez el papel no me ha alcanzado

y la palabra vuela libre al viento.

Volará como vuela el pensamiento

hacia el país del sueño no soñado.

Lo escrito no ha quedado terminado

pero está vivo: que vibrar lo siento

con tañer de campana al firmamento

en un azul, de nubes despejado.

Aún cuando nunca más papel hubiera

o mi mano cansada no pudiera

trazar con línea firme la idea pura

ella estará cual lava derretida

socavando la tierra estremecida

hasta saltar un día ¡estoy segura!

(1976)

Dulce María, al valorar la poesía de su hermana expresó: "Yo pienso que ella ocuparía con justicia uno de los primeros lugares en la poesía cubana y más allá, no únicamente contemporánea, podíamos remontarnos más lejos; pero la opinión mía no la tendría en cuenta nadie, no sólo porque soy su hermana, y porque estoy muy unida a ella por lazos de sangre, sino además por lazos espirituales profundos que suelen valer más que los primeros".

Flor Murió sola como había vivido siempre, en 1985, el 22 de junio. Unos pocos, poquísimos, asistieron a su despedida.

Alguien con gran acierto dijo sobre ella: Flor es la Juana de Arco de nuestras letras. Nadie escuchó una queja cuando el cáncer la atenazó. En las paredes de su cuarto dejó estampado un auto de fe: "Te doy gracias Señor, / porque me diste un corazón valiente / que no teme a la muerte / ni a la soledad / ni al dolor / que no conoce otro temor /

que el tuyo".

En una de las tantas entrevistas que le hiciera Vicente González Castro a Dulce María Loynaz le preguntó a cuál de los hermanos había querido más: "A la que menos quise, respondió, fue a Flor, porque tenía un carácter muy difícil que nada tenía que ver con el mío, sin embargo es a la que más he llorado. La he llorado más que a todos mis hermanos juntos, porque muerta ella ya no hay nada que me ate a mi pasado, a mi familia... desde que ella murió me encuentro como flotando en el mundo... sin asideros..."

Dulce María sobrevivió más de una década a su hermana Flor. Durante su vida recibió gran cantidad de premios y honores. Se destacan en el extranjero: el Premio Cervantes en 1992, la gran cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio en 1947, y el nombramiento de dama de la Orden de Isabel la Católica.

Además, el Papa Pio XII otorgó a Dulce María de forma exclusiva la Orden Pro Ecclesia et Pontifice Leon XIII.

En Cuba recibió entre otros galardones: la Orden Nacional de Mérito, Carlos Manuel de Céspedes, el 10 de Octubre de 1947; la Medalla por el 250 Aniversario de la Fundación de la Universidad de la Habana, el 8 de enero de 1978; la Medalla Alejo Carpentier, otorgada por el Consejo de Estado, el 20 de Octubre de 1983; la Orden cultural Félix Varela y el Premio Nacional de Literatura en el 1987 .

Falleció el 27 de Abril de 1997, a la edad de 94 años. Todo un pueblo acudió a sus honras fúnebres para rendir sentido homenaje a la más grande escritora cubana del siglo XX, considerada una de las cinco musas de América, junto a Gabriela Mistral, Delmira Agustini, Alfonsina Storni y Juana de Ibarbouru.

FIN aquí...

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